martes, octubre 14, 2025
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La responsabilidad y los desafíos de la Iglesia Católica de RD

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El autor es abogado. Reside en Santo Domingo

POR CARLOS FERNANDEZ

El reciente llamado del arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco Ozoria, a mantener la unidad dentro de la Iglesia Católica, llega en un momento crucial para la institución. Sus palabras, emitidas en medio de rumores sobre divisiones internas, reflejan no solo una preocupación legítima, sino también una invitación a la reflexión sobre el papel y el rumbo de la Iglesia en la sociedad dominicana actual.

Durante años, la Iglesia Católica en República Dominicana ha mostrado señales de debilitamiento institucional. Se percibe un vacío gerencial en su estructura pastoral, un distanciamiento de la feligresía y una falta de liderazgo capaz de inspirar confianza y participación activa en la vida comunitaria.

Más que una advertencia, las palabras de monseñor Ozoria pueden entenderse como una autocrítica dirigida a la jerarquía eclesiástica: es tiempo de volver a lo esencial, al servicio pastoral y al acompañamiento humano. La Iglesia debe reafirmarse no solo como guía espiritual, sino como promotora de justicia social, diálogo y esperanza, de cara a una sociedad que enfrenta profundos desafíos éticos y morales.

Si este “despertar” se traduce en acciones concretas, más cercanía con las comunidades, liderazgo transparente y compromiso real con los valores evangélicos, podríamos estar ante una nueva etapa de renovación. La unidad, más que un eslogan, debe convertirse en una práctica viva, visible en una Iglesia coherente, servidora y capaz de reconciliar e inspirar a su pueblo.

Institución influyente con grandes responsabilidades

No se puede ignorar que la Iglesia Católica ha sido una de las instituciones más influyentes en la historia de la República Dominicana. Desde la llegada del cristianismo, su huella se ha entrelazado con la formación moral, educativa y cultural del país.

Pero esa misma influencia conlleva una gran responsabilidad: ser referente ético y espiritual en tiempos de crisis moral, desigualdad, corrupción y pérdida de confianza en las instituciones.

La Iglesia no puede limitarse a predicar desde los altares; debe acompañar al pueblo en sus luchas diarias, especialmente a los más pobres y marginados. Tiene la obligación de participar en los debates públicos, incluso en aquellos espacios de poder, donde se toman decisiones que definen el futuro de la sociedad dominicana.

En un contexto político, es donde el poder y la impunidad parecen entrelazarse, en ese espacio, la voz profética de la Iglesia debe resonar con fuerza, denunciando las injusticias y defendiendo la dignidad humana.

Asimismo, su papel en la educación es esencial. A través de sus colegios, universidades y movimientos pastorales, puede formar ciudadanos con conciencia crítica y compromiso social. Pero debe cuidarse de no perder su esencia evangélica ante intereses económicos o políticos, pues su autoridad moral depende de su coherencia y cercanía con los más necesitados.

Desafíos internos y renovación necesaria

La Iglesia también enfrenta desafíos internos: la falta de vocaciones sacerdotales, los escándalos de abusos y el alejamiento de la juventud son señales que reclaman una renovación profunda. Esa renovación debe nacer de la transparencia, la humildad y el diálogo sincero con la sociedad moderna, sin renunciar a los principios del Evangelio.

En definitiva, la responsabilidad de la Iglesia Católica en República Dominicana va mucho más allá del culto religioso. Le corresponde ser guía espiritual, agente de transformación social y defensora del bien común. Su verdadera grandeza no radica en su poder, sino en su capacidad de acompañar al pueblo, promover la justicia y vivir con coherencia el mensaje que predica.

Solo una Iglesia cercana, humilde y fiel a su misión podrá seguir siendo faro moral en medio de una sociedad que anhela esperanza, verdad y renovación.

Jpm-am

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