sábado, octubre 18, 2025
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Allende y Balmaceda: cara y cruz de La Moneda

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EL AUTOR es diplomático dominicano. Reside en Chile

El 14 de septiembre de 1973, a solo tres días del golpe de Estado al presidente Salvador Allende, el poeta Pablo Neruda escribió el que quizás fue su último artículo: “Mi pueblo ha sido el más traicionado en este tiempo”.

Irónicamente, el Nobel de Literatura falleció el 23 de septiembre, doce días después del golpe de Estado y el martirio del presidente, a quien García Márquez describió como “un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas que murió peleando solo contra todo un ejército”.

En dicho artículo, recogido posteriormente en sus memorias, Confieso que he vivido, Neruda hace una afirmación categórica sobre la historia de Chile: “Chile tiene una larga historia civil con pocas revoluciones y muchos gobiernos estables, conservadores y mediocres. Muchos presidentes chicos y solo dos presidentes grandes: Balmaceda y Allende”.

Neruda, con esta sentencia lapidaria, pronunciada desde el dolor de la traición, establecía una simetría trágica en la historia de Chile, que se convierte en el referente obligado para analizar las pugnas que por siempre han existido entre los abanderados y defensores de la soberanía nacional  y la clase oligárquica reticente, que aún subyace en nuestro tiempo.

José Manuel Balmaceda, nacido en 1840, fue un liberal reformista y anticlerical. Aunque siempre mantuvo su fe cristiana, fue un activo propulsor de las leyes laicas que sentaron las bases para la posterior secularización del Estado Chileno.

José Manuel Balmaceda

A muy temprana edad se integró al Partido Liberal, iniciando así una destacada carrera parlamentaria que le sirvió de plataforma para ocupar importantes funciones públicas, incluyendo el cargo de  Ministro de Relaciones Exteriores.

En 1886 una coalición de partidos postuló a Balmaceda como candidato a la presidencia.  Obtuvo un triunfo claro, llegando a La Moneda a los 46 años con un ambicioso plan de gobierno que buscaba financiarlo con los ingresos derivados del salitre, controlando su explotación a favor del Estado.

Con la riqueza del desierto chileno, buscaba  financiar un vasto plan de educación y un programa de obras públicas, centrado en la construcción de ferrocarriles y carreteras que conectarían la geografía nacional.

Este amplio proyecto de desarrollo provocó un frontal enfrentamiento con la oligarquía parlamentaria, ligada a los intereses de capitales extranjeros, específicamente británicos, que dominaban el lucrativo negocio del salitre.

La negativa del presidente a doblegarse ante los intereses foráneos, desató una crisis de tal magnitud que el poder legislativo utilizó su control para paralizar y desestabilizar el gobierno.

Esta tensión culminó en la cruenta Guerra Civil Chilena de 1891, un conflicto que dejó un saldo de más de cinco mil muertos en una población de apenas dos millones de habitantes.

Suicidio

Derrotado por las fuerzas congresistas en un enfrentamiento que se trató esencialmente de la pugna por la riqueza nacional, el presidente Balmaceda se refugió en la legación argentina en Santiago. Allí, al cumplirse el término de su mandato constitucional, decidió  suicidarse el 19 de septiembre de 1891.

Fue un acto final de hombría y dignidad, un martirio auto impuesto que selló su figura como la de un líder que prefirió la muerte a la rendición ante aquellos que él consideraba traidores a la patria.

Salvador Allende

Ochenta y dos años después del suicidio de Balmaceda, con una inexplicable simetría misteriosa, el destino colocaría a otro presidente en el mismo palacio, enfrentando a los mismos enemigos. El caso de Salvador Allende no fue una repetición, sino una resonancia trágica del destino, ambos presidentes, están unidos en los anales de la historia chilena, por la defensa de la soberanía nacional y la muerte en el ejercicio de sus mandatos.

Allende y  Balmaceda,  están unidos como el haz y envés de una hoja de un frondoso álamo, acuñados en su destino como la cara y cruz de una misma moneda.

Allende alcanzó la presidencia de la república en 4 de septiembre del 1970 a través de una coalición de izquierda denominada Unidad Popular. Fueron unas reñidas elecciones que marcaron un hito en la historia chilena, pues se convirtió en el primer marxista elegido democráticamente en un país  latinoamericano.

Aspiraba por la vía socialista  encauzar a Chile. Su incipiente gobierno procuró aumentar el gasto público y al igual que Balmaceda impulsó la nacionalización del cobre encontrando también resistencia en el congreso.

Bajo el predicamento de “La vía Chilena al Socialismo”,  el gobierno de Allende procuró instaurar una transformación pacifica con respaldo de los trabajadores y clase media. El sustento político de Allende se percibía frágil y no pudo concertar con la colaboración militante de la Democracia Cristiana y, en cambio, la oposición acuartelada en el congreso se unificaba cada día más en contra del gobierno de la Unidad Popular.

Con mil días de gobierno, el presidente Allende no pudo sortear las dificultades que a diario se le presentaron en la sociedad chilena,  y ante la inestabilidad existente en los mercados locales y la animadversión del gobierno de Estados Unidos, lograron abortar el 11 de septiembre del año 1973 el gobierno de Salvador Allende, dando inicio al quiebre democrático y paso a una férrea dictadura de 16 años de horror, dolor  y sangre.

Septiembre, ha sido un mes aciago  en la historia de chile. Balmaceda y Allende fueron derrocados y se inmolaron en esa misma primavera negra. Ambos en la hora antes del suicidio dejaron sus testamentos. Balmaceda: “Si nuestra bandera, encarnación del gobierno del pueblo verdaderamente republicana, ha caído plegada y ensangrentada en los campos de batalla, será levantada de nuevo en tiempo no lejano, y con defensores numerosos y más afortunados que nosotros, flameara un día para honra de las instituciones chilenas y para dicha de mi patria, a la cual he amado sobre toda las cosas de mi vida.”

Allende: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán  las nuevas alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no fue en vano, tengo la certeza de que por lo menos, será una lección moral  que castigará la felonía, la codicia, la cobardía y la traición”.

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