El tema del artículo anterior generó reacciones que muestran que estamos ante un universo carente de bases, de crianzas procreadoras de seres firmes, bondadosos y aguerridos y minado en cambio por entes apagados, opacados, y otros egoístas, prepotentes, la manera más burda de ocultar debilidad.
Es grato que lectores hayan tenido el valor de contar sus historias en los comentarios, los maltratos recibidos en el seno familiar, donde deben ser protegidos, respaldados y por cruel paradoja encuentran las plataformas que pueden derivar en su hundimiento.
Así vemos personas con multiplicidad de trastornos, a veces imperceptibles, conductas atribuidas a cualquier factor, menos a la salud mental, que abusan de sustancias en busca de un escape, que ríen llenos de amargura, que lastiman y son lastimados.
Del otro lado, individuos irresponsables, sinvergüenza, a los que no les molesta quedar mal y cuando les reclaman, son los ofendidos y actúan de forma grosera, cegados por la arrogancia.
Quién sabe si en el fondo o ahí, en la superficie, eso no es más que un enfermo mecanismo de defensa para sobrellevar a un mundo visto como enemigo. De todo hay en la viña.
Lo importante es volver al punto que nos trajo a este tramo, a la necesidad de crear bases sólidas. Sí, de verdad, no como las de la entidad bancaria difunta, cuyo lema era ese ¡sólido! Al contrario, es generar vida y en abundancia, plena.
Forjar una sociedad cargada de valores, de amor propio, único requisito para amar al prójimo, que llene los espacios de ganas de habitarlos, de buenas intenciones, de voluntad.
Claro que es posible. Es solo hacerlo, pero desde abajo, desde el útero. Es necesario por un mundo más vivible.
jpm-am
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