martes, noviembre 18, 2025
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Morir no tiene importancia… ¿o sí? 

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El autor es periodista. Reside en Sabaneta

Hay frases que uno oye al pasar, pero que se le quedan clavadas en el pensamiento como si tuvieran filo. Hace poco, un amigo —comunicador, educador y de esos que observan la vida con una mezcla de humor y crudeza— soltó una de esas sentencias difíciles de ignorar: “Yo no estoy en morirme, porque se ha muerto tanta gente, mala o buena y no se ha resuelto nada. Ya no estoy en eso».

Los muertos son tantos que sería imposible contarlos con precisión. Cada día se suman más nombres a esa lista interminable que ya no distingue orígenes, edades ni causas. La muerte se ha convertido en una especie de ruido de fondo, un evento cotidiano que apenas sorprende, algo tan común que casi pierde su significado.

Morir no tiene importancia, dice mi amigo, pero su frase abre una reflexión profunda sobre la vida, la muerte y el cansancio de ver partir a tantos sin que nada cambie. Uno podría intentar clasificarlos: hay ricos y pobres, intelectuales y analfabetos, artistas y burócratas, poetas y bebedores, creyentes fervorosos y ateos convencidos.

Se van los trabajadores honrados y los pillos profesionales, los prudentes y los temerarios, los sanos y los enfermos; por supuesto los políticos no pueden faltar. Y en medio de esa mezcla, uno entiende por qué mi amigo dice que su muerte no cambiaría nada.

Porque, al final, la muerte no discrimina. Es la única institución verdaderamente democrática que existe. Pero tal vez lo más inquietante es darnos cuenta de que, pese a la magnitud del fenómeno, la sociedad sigue exactamente igual. Los problemas permanecen intactos, las injusticias se repiten, las lecciones no se aprenden y los errores se reciclan una y otra vez.

Mi amigo, durante una visita a SabanetaSR.com, lo dijo con una soltura casi filosófica: “¿Qué prisa y qué obsesión con morirse? Si al final se ha muerto tanta gente buena y mala, y nada cambia, nada mejora, nada se resuelve…” Lo expresó sin dramatismo, más bien como un diagnóstico clínico de nuestra indiferencia colectiva.

Tal vez por eso asegura que él “no está en eso”. Y no es que le tema a la muerte; es que ha comprobado que ni los entierros más sentidos ni las tragedias más vividas logran provocar el cambio profundo que tanto pregonamos. La vida continúa como si nada, como si las ausencias no pesaran o como si la muerte fuera apenas un trámite administrativo.

 Desgaste

Pero hay algo en esa postura que revela una verdad incómoda: quizás nuestra sociedad está desgastada emocionalmente. Hemos visto marcharse a tantos —víctimas de la violencia, de la enfermedad, del descuido estatal o simplemente del paso natural del tiempo— que ya no sabemos qué hacer con ese dolor acumulado. Lo normalizamos porque no queda de otra.

Sin embargo, su argumento abre una puerta inesperada. Si la muerte no mueve nada, ¿qué debería hacerlo? ¿Qué falta para que comprendamos que cada vida tiene un valor que debería trascender el instante de su partida? Tal vez lo importante no es que alguien muera, sino que su existencia deje una huella que obligue a los demás a corregir, mejorar o transformar algo.

Y es ahí donde mi amigo, sin quererlo, apunta a la verdadera discusión. Morir no tiene importancia, dice él, porque en esencia la muerte es un acto final, inevitable y repetido hasta el cansancio. La importancia real está en cómo vivimos y en lo que hacemos mientras estamos aquí, antes de que nuestro nombre pase a formar parte de esa larga lista de olvidados.

Lo cierto es que, aunque él diga que “no está en morirse”, su reflexión invita a pensar justamente en lo contrario: en vivir con sentido. En construir una vida tan sólida que, cuando llegue el momento, no haga falta que todo cambie, pero sí que al menos algo mejore gracias a nuestro paso por el mundo.

Al final, puede que la muerte no tenga importancia. Pero la vida sí la tiene, y mucha. Y quizá ese sea el verdadero mensaje detrás de sus palabras: no temerle a la muerte, sino temerle a una vida sin impacto, sin propósito, sin un legado que justifique tanto esfuerzo por seguir respirando.

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