Cuando se produjo la batalla de Arroyo Bermejo ya el general Pedro Santana no era gobernador neocolonial, pero ostentaba la condición de Marqués de Las Carreras, título nobiliario de pacotilla con el que lo había investido el 28 de marzo de 1862 la reina Isabel II de España.
Aunque cada vez era menor su influencia, al enterarse que en los últimos días de septiembre del 1863 el general Luperón estaba con sus tropas en el área de Arroyo Bermejo, Don Juan y otros caseríos cercanos a la capital de la República Dominicana se fue hacia allá con cientos de soldados, con banderas desplegadas, y muchas piezas de artillería. No se imaginaba que lo esperaba otra derrota.
Fue un fracaso para los anexionistas, pero un militar de rango medio y cronista español, falseando los hechos, escribió que fue una “victoria para ellos”. Anotó que Santana, con tropas de varios batallones, “emprendió la marcha para atacar al enemigo…Al asomar la vanguardia de la columna por frente al desfiladero de Arroyo Bermejo, fue recibido por una fuerte descarga de fusilería…” Hasta ahí iba bien la crónica de referencia, pero dando una especie de salto de garrocha ignoró lo que finalmente ocurrió.
El aludido oficial anexionista concluyó sus comentarios así: “…Poco tardó, no obstante, nuestra artillería en desalojar al enemigo…apoderándose del campamento que entregaron a las llamas”. Luego guardó silencio, mutilando la verdad. (Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo. Ramón González Tablas. Editora de Santo Domingo, 1974. Pp178 y 179).
La verdad, pura y dura, es que el triunfo fue de los restauradores. Un resumen de las impresiones de Luperón (en el más puro estilo de la escritura de Manuel Rodríguez Objío) sobre los hechos allí ocurridos da una idea clara de la importancia de esa batalla:
“En las márgenes de aquel arroyo flotaban frente a frente los pabellones de la Monarquía y de la República y dos capitanes…se iban a disputar el paso de un arroyo, y la victoria en una importantísima refriega…ambos comprendían la importancia de la victoria de aquel encuentro…la tropa del general Santana era doblemente superior en número y bien armada, con su artillería correspondiente…Luperón era un guerrillero improvisado por las circunstancias, sin ninguna probabilidad de éxito…(Notas autobiográficas. Gregorio Luperón, Tomo I.Pp169-170. Editora de Santo Domingo).
En las actas que se conservan del gobierno provisional restaurador, instalado en la ciudad de Santiago de los Caballeros, hay una que permite saber el ambiente de dificultades que había. Retrata la precariedad que padecían los combatientes que luchaban en defensa de la soberanía nacional. Se tomó una decisión drástica, pero necesaria, con un mensaje que sobrepasó sus propias letras.
Así decía: “El gobierno ordena a los inspectores de agricultura a que provean de ganados y plátanos y en dado caso que no puedan conseguir dichos artículos por medio de empréstitos voluntarios, lo efectúen forzosamente…” (Registro de Actas.GPR.Vol.I.P.299).
La miseria anunciada en el texto precedentemente citado, aparejada con la extrema urgencia conque fue dada, la comprobó el Ministro de Guerra Pedro Francisco Bonó, en un viaje realizado el 5 de octubre de 1863 a Arroyo Bermejo. Describió las condiciones difíciles de los victoriosos restauradores que allí pusieron en alto el honor del pueblo dominicano: “No había casi nadie vestido. Harapos eran los vestidos…algunos fusiles arrimados, dos o tres trabucos… un pedazo de tocino y como 40 ó 50 plátanos…Todos estaban descalzos…una yagua les servía de colchón y con otra se cubrían”.
Oportuno es decir que diversas fuentes señalan que el general Santana maldijo varias veces su destino final. Así lo resumió un cronista cubano que tuvo acceso a documentos de la época:
“Murió de tristeza, sucumbió desesperado, arrepentido de la obra en la cual le acompañaron tantos dominicanos. El padre Meriño fue quien me habló la verdad, exclamaba en el Campamento de Guanuma”. (Ensayo Como acabó la dominación en América. Publicado en 1908. Vista reedición del 2013 por la Editorial Rare Books. Enrique Piñeyro).
El imperio español calculó erradamente que la anexión de la República Dominicana le produciría pingües beneficios económicos. El resultado fue totalmente adverso a esas pretensiones, pues le significó pérdidas en diversos aspectos.
Cuando la derrota para España ya era irremediable muchos en Madrid, como el activo político conservador y entonces ministro de gobernación José Cánovas del Castillo, con su errática idea de que una nación no se forma con el esfuerzo humano, y con una visión trasnochada y desconocedora de la firme decisión de libertad que anidaba el pueblo dominicano; escribió en el 1864 que los españoles seguían peleando aquí “para que no se declare en la faz del mundo que España puede ser vencida en las Antillas…”.
jpm-am
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