martes, octubre 14, 2025
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Del Evangelio al negocio de la fe

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El autor es comunicador. Reside en Nueva York

POR LUIS M. GUZMAN 

El cristianismo, fundado sobre el amor, la justicia y la compasión, atraviesa su mayor crisis moral desde que fue institucionalizado. Mientras en Palestina se comete un genocidio, muchas iglesias evangélicas y cristianas aplauden al opresor en nombre de Dios.

Bendicen las bombas y justifican el sufrimiento con citas bíblicas manipuladas. Al mismo tiempo, los templos se llenan de discursos de prosperidad, luces, pantallas y cajas registradoras. La fe se ha vuelto espectáculo y mercancía.

Jesús fue un revolucionario del espíritu. Vivió en una tierra ocupada por el imperio romano y denunció la hipocresía religiosa que usaba a Dios para someter al pueblo. Dijo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.” (Mateo 15:8).

Esa denuncia sigue viva. Las iglesias que hoy justifican la violencia o lucran con la fe repiten el mismo pecado fariseo, aparentar santidad mientras se alían con el poder.

Como los fariseos de su tiempo, muchos pastores modernos aman los primeros asientos, los aplausos y la visibilidad. Jesús les advirtió: “Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres.” (Mateo 23:5).

En esta Era digital, los templos se han convertido en estudios de televisión y las homilías en transmisiones monetizadas en YouTube. Hablan de Dios, pero viven del espectáculo. Su ministerio no salva almas, las factura.

La contradicción es escandalosa

Quienes predican “no matarás” aplauden guerras; quienes proclaman la cruz del amor bendicen armas. Han convertido a Cristo en un símbolo de conquista y a su mensaje en ideología política. Como los fariseos del templo, defienden la letra de la Ley, pero niegan su espíritu. Jesús los habría llamado, sin vacilar hipócritas.

En el Sermón del Monte, Jesús enseñó “Bienaventurados los que trabajan por la paz.” (Mateo 5:9). Sin embargo, los nuevos fariseos predican una “teología del poder” que legitima la destrucción.

Usan versículos como Mateo 10:34 —“No he venido a traer paz, sino espada”— para justificar la violencia, ignorando que esa espada era símbolo moral, no militar. Jesús no vino a derramar sangre, sino a cortar la mentira.

A la corrupción política de la fe se suma la corrupción económica. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dijo Jesús (Mateo 6:24). Pero el cristianismo empresarial ha unido ambos.

Los templos se administran como corporaciones con metas, presupuestos y marcas. Los pastores son ejecutivos de lo divino; los fieles, clientes cautivos. El púlpito ya no es altar, sino caja registradora.

El negocio del diezmo se ha convertido en la nueva indulgencia. Se promete prosperidad a quien da más y se castiga con culpa al que duda. Los pastores venden “siembras” y “milagros” con lenguaje de mercado. Han convertido el Evangelio en contrato y la salvación en producto. Jesús, que expulsó a los mercaderes del templo, los expulsaría de nuevo con el mismo látigo moral.

En Mateo 23:27, Jesús los describió antes de que existieran “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos muertos”. Esa imagen resume al cristianismo institucional contemporáneo, templos brillantes, pero vacíos de espíritu; pastores ricos, pero pobres de alma.

Mientras los pobres palestinos mueren bajo el fuego bendecido, los nuevos fariseos del siglo XXI predican éxito, abundancia y fe rentable. Cristo camina entre los escombros, mientras ellos desfilan sobre alfombras rojas.

Él compartió el pan; ellos lo venden. Él abrazó a los enfermos; ellos culpan a los débiles. En tiempos de Jesús, los fariseos vendían sacrificios; hoy venden milagros televisados. Cambian las formas, no los pecados.

Y, sin embargo, no todo está perdido

En medio del ruido y la corrupción, quedan pastores humildes y creyentes sinceros que viven la fe con coherencia. No negocian su espiritualidad ni la miden en ofrendas. Su compromiso no es con el oro, sino con la verdad. En ellos sobrevive el Evangelio original, aquel que no se predica desde tronos, sino desde la compasión.

Jesús no fundó imperios ni corporaciones, sino conciencia. Su Reino no tiene oficinas ni presupuestos. Su palabra no se administra, se vive. Por eso dijo “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:32).

Hoy, esa verdad sigue crucificada entre el poder y el dinero. Y solo resucitará cuando los cristianos vuelvan a poner la fe por encima del lucro, y la compasión por encima de la conveniencia.

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