Por LUCY PAYANO
Lucy Payano, autora del texto, es periodista de televisión y prensa escrita. Reside en San Francisco de Macorís.
Hace unos años, el campo dominicano se movía al ritmo del sudor y la tradición. Los agricultores confiaban en su fuerza física, en la experiencia heredada y en lo que veían con sus ojos. Se sembraba según las fases de la luna, se regaba cuando el suelo “pedía agua” y las plagas se combatían con métodos que pasaban de generación en generación.
Pero esa historia está cambiando. La tecnología llegó a transformar las fincas y abrir oportunidades que antes parecían lejanas. Hoy, drones sobrevuelan los cultivos detectando plagas y monitoreando el estado de las plantas. Sensores en el suelo envían datos sobre humedad, nutrientes y temperatura directamente al celular del agricultor, como si la tierra misma le hablara.
Se instalan sistemas de riego automatizado e invernaderos inteligentes que regulan el clima interno, y plataformas digitales permiten monitorear cada etapa de la producción, tanto en cultivos como en ganado.
A esto se suma el uso de maquinaria agrícola moderna, que sustituye procesos manuales por operaciones más rápidas y precisas. Además, tractores inteligentes con GPS, cosechadoras automatizadas y equipos de siembra de precisión ya están presentes en numerosas fincas del país, reduciendo el esfuerzo físico y aumentando el rendimiento.
Estas herramientas no solo representan un salto tecnológico, sino también una oportunidad para que los jóvenes vean en la agricultura un sector moderno, rentable y conectado con la era digital. Los nuevos relevos del agro dominicano están aprendiendo a manejar software, drones y maquinaria avanzada, adaptándose con naturalidad a los tiempos de la modernización.
Las ventajas son evidentes: se ahorra agua y fertilizante, se evita el desperdicio, se detectan problemas antes de que se agraven y, lo más importante, se mejora la productividad. En un país donde el clima puede sorprender con una sequía o una tormenta, contar con datos en tiempo real es como tener un seguro: permite reaccionar rápido y con menos pérdidas.
Sin duda alguna, la tecnología no es solo una herramienta sino el motor de una transformación estructural del agro dominicano que redefine cómo se produce, se gestiona y se comercializa.
En República Dominicana, estas innovaciones ya están en marcha. Exportadores de pimientos, aguacates, bananos, cacao, arroz y café utilizan herramientas digitales para cumplir con los estándares de calidad exigidos por los mercados internacionales.
En la ganadería lechera también se ven avances: algunos productores registran digitalmente la salud y producción de cada vaca, lo que les permite tomar decisiones más acertadas.
Desde el Ministerio de Agricultura se impulsa esta transformación mediante proyectos de trazabilidad, sistemas de alerta temprana contra plagas (como la temida mosca de la fruta), riego tecnificado y programas de capacitación continua. Bajo la actual gestión, del gobierno de Luis Abinader, se ha priorizado la innovación como eje transversal del desarrollo agropecuario, fortaleciendo alianzas público-privadas, descentralizando servicios técnicos y acercando la tecnología a productores de todo el país.
A la par, se avanza en el Registro Nacional de Productores (RENAGRO) y en la plataforma del Sistema Digital de Información Agropecuario de la República Dominicana (SIDIAGRO), lanzada oficialmente en julio de 2025. Esta herramienta interconecta bases de datos agroclimáticos y de biodiversidad, con el objetivo de mejorar la planificación territorial y promover una gestión sostenible.
Este proceso no camina solo. Organismos internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) y el Organismo Internacional Regional de Sanidad Agropecuaria (OIRSA) respaldan muchas de estas iniciativas. Su acompañamiento técnico y estratégico garantiza que la modernización agrícola trascienda el ámbito de proyectos puntuales y se consolide como una política de Estado con impacto duradero.
En esencia, la modernización del campo no borra las raíces campesinas: las fortalece. La tecnología no reemplaza al agricultor dominicano, lo empodera con información, eficiencia y nuevas oportunidades de comercialización.
Y aquí está la gran pregunta: ¿estamos listos, como sociedad, para reconocer y respaldar esta revolución silenciosa que transforma el campo dominicano? Porque detrás de cada dron, cada sensor y cada dato, sigue latiendo el corazón del agricultor que, del machete al dron, cultiva el futuro de nuestra alimentación.
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