POR E. MARGARITA EVE
UNICEF revela una realidad alarmante que urge transformar desde la escuela, el hogar y la cultura.
Tres de cada cuatro niñas dominicanas han sufrido violencia antes de cumplir 18 años, según UNICEF. Más allá del número, esta cifra revela un problema profundo: hogares, escuelas y espacios públicos continúan siendo inseguros. Cada caso refleja una infancia marcada por vulnerabilidad y riesgo constante.
Este fenómeno no surge de la nada. Desde 2007, cuando la Oficina Nacional de Estadística comenzó a registrar homicidios y violencia intrafamiliar, se ha configurado un patrón preocupante.
Con los años, el Estado dominicano ha reunido evidencia suficiente para mostrar que la violencia infantil es un problema estructural que exige atención urgente y sostenida.
Los estudios lo confirman. En 2014, más del 30 % de las mujeres reportó haber sufrido violencia desde la adolescencia. La ENESIM 2018 y la encuesta ENHOGAR-MICS 2019 consolidaron un hallazgo alarmante: la violencia psicológica y de pareja contra niñas y adolescentes está profundamente arraigada en la sociedad dominicana.
El informe SitAn 2021 de UNICEF añadió mayor gravedad: dos de cada tres adolescentes han enfrentado violencia psicológica o sexual en algún momento de sus vidas. En 2024, el CONANI registró más de 40,000 casos de violencia de género en apenas ocho meses, incluyendo 65 feminicidios. Las cifras de 2025 confirman la magnitud de una crisis que no retrocede.
No se trata de hechos aislados. La violencia responde a un fenómeno estructural con raíces en la desigualdad de género, la doble vulnerabilidad de ser niña y mujer y, las debilidades institucionales. La falta de coordinación entre organismos y un sistema judicial incapaz de garantizar justicia oportuna agravan aún más la situación.
Los factores socioeconómicos intensifican el problema. La pobreza, la exclusión y la precariedad en comunidades marginadas exponen a las niñas a entornos inseguros, generando un círculo de desigualdad difícil de romper. En estas condiciones, el acceso a educación y protección se reduce, mientras aumentan los riesgos de explotación y maltrato.
El silencio perpetúa la crisis
La mayoría de los casos no se denuncian por miedo, estigma o desconfianza en las instituciones. Esta falta de denuncias alimenta el subregistro y convierte el 76 % reportado en apenas la punta de un iceberg mucho más doloroso y profundo.
Los riesgos trascienden el maltrato directo. Uniones tempranas, embarazos forzados, explotación laboral y sexual e incluso la trata con fines turísticos multiplican la vulnerabilidad de las niñas y comprometen su desarrollo, truncando proyectos de vida antes de alcanzar la adultez.
En un artículo anterior, publicado bajo el título Escuela Nacional de Igualdad Magaly Pineda: educación y justicia real, denuncié cómo la misoginia y las estructuras sociales y políticas refuerzan la desigualdad de género.
Este nuevo dato confirma que la violencia contra las niñas no es casual, sino consecuencia de un entramado social y político que la ha normalizado por demasiado tiempo.
El poeta dominicano Miguel Solano ha señalado que la poesía, incorporada de manera sistemática en las escuelas, puede convertirse en una herramienta eficaz para contrarrestar el maltrato desde la niñez. Educar en sensibilidad, empatía y respeto a través de la palabra poética abre un espacio distinto en la formación de los estudiantes.
La poesía, entendida como vehículo de conciencia y humanización, fomenta ciudadanos capaces de valorar al otro como un ser humano digno, no como objeto de sometimiento. Desde el hogar, además, recuperar el respeto hacia la mujer como práctica cotidiana es clave para transformar la sociedad y superar los alarmantes porcentajes de violencia.
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