miércoles, octubre 15, 2025
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Nobel de la Paz obliga a defender la soberanía

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El autor es periodista y exdiputado. Reside en Barahona

“La transición democrática en Venezuela depende de la intervención militar de Estados Unidos, como la única opción”- (Corina Machado).

Un sueño que reclama volver al origen: El titular de este artículo podrá denotar un augurio de un cambio de visión o actitud de quien sustenta, de manera inmerecida, el Nobel de la Paz 2025.

Pero, con la venia de quienes se animen a leer este artículo, les pido que me permitan soñar, con la esperanza de que algún día el Nobel de la Paz se reencause por el sendero de su fundador: un símbolo de humanidad, no un instrumento de poder.

El Premio Nobel de la Paz 2025 ha desatado una verdadera polvareda mundial, de la cual María Corina Machado no ha salido bien parada. Las reacciones, desde todos los litorales políticos y geográficos, han coincidido en que el Comité Noruego del Nobel ha cometido un grave error moral y político al premiar a quien ha proclamado públicamente que “la transición democrática en Venezuela depende de la intervención militar de Estados Unidos, como la única opción que le queda a la derecha para sobrevivir”.

La opinión pública internacional ha visto en esta decisión un golpe cuasi mortal al prestigio del galardón, que ya venía dando traspiés desde que distinguió con el mismo honor a figuras como Henry Kissinger o Barack Obama, artífices de guerras, invasiones y desestabilizaciones que llenaron de sangre y ruinas a Irak, Libia, Chile y Medio Oriente.

“No veo por qué deberíamos quedarnos de brazos cruzados y ver que un país se vuelva comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo, porque el problema no es que fracase, es que le vaya bien” (Kissinger, refiriéndose al presidente Allende).

María Corina Machado.

Un Nobel bajo sospecha

Incluso desde gobiernos moderados y voceros internacionales se ha cuestionado abiertamente la politización del premio. El presidente Gustavo Petro pidió explicaciones a Machado por una carta enviada en 2018 al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y al entonces presidente argentino Mauricio Macri, en la que pedía apoyo para “restaurar la democracia” en Venezuela.

Esa misiva, que hoy adquiere un peso simbólico ante el genocidio en Gaza, revela la temprana inclinación de Machado por los mismos poderes que han sembrado guerras bajo el disfraz de la libertad.

Ni siquiera la Casa Blanca logró ocultar su incomodidad ante una elección que, en lugar de fortalecer la credibilidad del Nobel, ha confirmado su deriva hacia la instrumentalización geopolítica. Así, el desconcierto no proviene solo de los pueblos, sino también de gobiernos y liderazgos que hasta ayer eran aliados del propio sistema que otorga el galardón, lo que demuestra que la decisión ha traspasado las fronteras de lo político para instalarse en el terreno de la vergüenza moral.

El eco de las guerras pasadas

El despropósito es aún mayor cuando se contrasta la historia de la laureada con el espíritu del testamento de Alfred Nobel, que concebía el premio como un reconocimiento a quienes promovieran la fraternidad entre las naciones, la reducción de los ejércitos y la búsqueda de una paz duradera.

Pero María Corina Machado no ha sido apóstol de la concordia ni sembradora de esperanza, sino promotora de la violencia política, el golpismo y la intervención extranjera.

Fue una de las firmantes del decreto Carmona, que en 2002 disolvió todos los poderes públicos, anuló la Constitución Bolivariana y pretendió instalar un gobierno de facto. Años más tarde, su respaldo a las guarimbas de 2014 dejó un saldo de muerte, destrucción y odio social.

Y en tiempos recientes, su nombre ha aparecido vinculado a planes terroristas, intentos de magnicidio y sabotajes contra infraestructuras estratégicas, como el complejo gasífero de Monagas y la represa del Guri.

La reacción global no se hizo esperar. Analistas, movimientos sociales, organizaciones progresistas y medios independientes denunciaron que la distinción no honra a Machado, sino que la desacredita, porque el Nobel no puede ser símbolo de paz en manos de quien predica la guerra.

Voces de prestigiosos analistas coinciden en que el premio actúa como un escudo protector y una estrategia geopolítica, destinada a blindar mediáticamente a la oposición venezolana y justificar eventuales escenarios de intervención.

El desvío ético de Oslo

Lo que hoy se denuncia no es solo la paradoja de premiar a quien pide una invasión extranjera, sino el desvío ético del Comité Noruego, que parece haber olvidado que el Nobel de la Paz no es una recompensa por lealtades ideológicas ni por alineamientos con el poder hegemónico, sino un compromiso con la humanidad.

La historia ha demostrado que cada vez que este galardón se desvía de su esencia, el mundo lo percibe como un acto de manipulación moral: un trofeo que pretende lavar conciencias mientras se bombardean pueblos enteros.

De ahora en adelante, la figura de María Corina Machado estará marcada por la contradicción de haber recibido el más alto símbolo de la paz invocando la guerra. Ni su discurso ni su trayectoria permiten imaginarla como mensajera de reconciliación, sino como representante de una derecha que, en su afán de poder, ha convertido la política en campo de batalla y la intervención extranjera en proyecto nacional.

Que este premio haya recaído en una figura tan polarizadora, promotora de sanciones y colaboradora de intereses imperiales, confirma que el Nobel de la Paz ha perdido el rumbo. Se ha apartado de los pueblos que luchan por su soberanía, de las víctimas de las guerras económicas y de los movimientos que enfrentan el fascismo, el colonialismo y la desigualdad global.

Hoy, más que nunca, se impone recordar que la paz no se decreta desde Oslo ni se defiende desde los tanques de Washington: la paz verdadera se construye desde la justicia social, la soberanía y la solidaridad de los pueblos libres.

Porque el derecho a la paz no pertenece a los poderosos, sino a los pueblos. Y esa verdad, tantas veces negada, sigue siendo la única bandera capaz de unir a la humanidad en un mundo justo y multipolar.

JPM

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