martes, noviembre 18, 2025
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¿Regresa la Guerra Fría? 

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El autor es estudiante de Ciencias Políticas. Reside en Santo Domingo.

Hoy el Caribe y Sudamérica vuelven a ser escenario de tensiones geopolíticas. Todo parece indicar que la administración del presidente Donald Trump se ha propuesto como objetivo principal el desplazamiento del poder de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela desde 2013.

Estos tiempos recuerdan aquella frase atribuida a Marx (citando a Hegel) de que la historia se repite. Pareciera que regresamos a los días más álgidos de la Guerra Fría, cuando estalló la crisis de los misiles en 1962 entre Estados Unidos y la Unión Soviética, teniendo a Cuba como escenario estratégico. También emergen aquellos años en que, desde el llamado “imperio del Norte” a través de la CIA se daban órdenes para derrocar gobiernos en distintos países, hechos parcialmente reconocidos por el expresidente Bill Clinton al desclasificar documentos sobre intervenciones pasadas.

Auxiliados en razones que muchas veces parecieron insustanciales, se han propiciado derrocamientos de gobiernos; ejemplo de ello fue la invasión a Irak en 2003 bajo el argumento de la existencia de armas de destrucción masiva, armas que, hasta hoy, siguen envueltas en dudas.

Las circunstancias actuales parecen propicias para que, al finalizar su mandato, Trump aspire a tener la “satisfacción” de haber derrocado el régimen de Maduro. ¿Y por qué decimos que las condiciones están dadas? Porque se ha impuesto a nivel internacional una narrativa según la cual Maduro dirige un gobierno despótico, aliado del narcotráfico y manipulador de procesos electorales. Esto ha generado una fuerte animadversión hacia su figura, de modo que cualquier movimiento de Estados Unidos podría quedar automáticamente legitimado ante buena parte de la comunidad internacional.

Por otro lado, los principales aliados de Venezuela (China, Rusia, entre otros) difícilmente entrarían en una confrontación económica o militar directa con Estados Unidos. China no arriesgaría la estabilidad y crecimiento que ha consolidado en las últimas décadas, y Rusia está inmersa en un conflicto regional que ya se aproxima a 4 años.

Desde nuestra perspectiva, la determinación de la administración republicana respecto a Venezuela responde a dos factores fundamentales. Primero, reafirmar a Estados Unidos como potencia hegemónica del continente americano, fortaleciendo así el orgullo nacional. Segundo, posicionar a Trump como el presidente que “llevó la democracia a Venezuela”, con todos los beneficios geopolíticos y económicos que implicaría para Washington tener un gobierno venezolano alineado con sus intereses.

Este escenario recuerda lo ocurrido durante la presidencia de Bill Clinton, cuando en 1994 se desplegó la misión Operation Uphold Democracy. El general Raoul Cédras había tomado el control en Haití tras derrocar a Jean-Bertrand Aristide en 1991. La presión de Estados Unidos fue tan intensa que las tropas norteamericanas llegaron a despegar con rumbo a suelo haitiano. Así lo narra el propio Clinton en su obra My Life, página 716:

“Cédras ya estaba enterado de que la operación había empezado. Había estado vigilando la pista de aterrizaje en Carolina del Norte, cuando nuestros sesenta y un aviones con los paracaidistas despegaron…”.

Las tensiones que se vivían en aquel momento, que parecían anunciar una intervención inminente, provocaron finalmente el retorno de Aristide al poder y la salida de Cédras.

En síntesis, según los movimientos realizados por EE. UU. en los últimos meses, todo indica que busca proyectar (y dejar claro tanto a sus ciudadanos como al mundo) que todavía sigue siendo la principal fuerza económica y militar del planeta. Con el uso del poder duro como herramienta, la Casa Blanca se propone evidenciar que mantiene la capacidad de alcanzar sus objetivos y recuperar el prestigio que le caracterizó durante décadas, el cual, de alguna manera, se vio afectado durante el último gobierno demócrata.

jpm-am

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