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Trump: ¿déspota o pato cojo?
POR FELIX REYES
Usualmente, cuando las personas reflexionamos sobre cómo prevemos el futuro y pensamos en los diferentes escenarios, algunas veces ocurre que se impone en nuestro pensamiento aquello que tememos y otras veces prevalece aquello que es acorde con nuestros deseos o intereses. Por más objetivos y realistas que procuremos ser, es inevitable que visualicemos el porvenir matizado por esos sentimientos (deseos, temores) o esos intereses.
Sin embargo, el desarrollo de hechos, que van haciendo presente la anticipación del futuro, tiende a mostrarnos que este no resulta exactamente como lo temíamos, pero tampoco como lo deseábamos.
Esto se manifiesta en todas las esferas y campos de nuestro quehacer, tanto los que tienen implicaciones particulares para nuestras vidas como en aquellos que tienen implicaciones para el colectivo social del que formamos parte.
Hace justamente tres años (22-12-21) escribí un artículo para este medio, con el título “Trump: la profecía que se autodestruye”, en el que expresaba mi temor de que se hiciera realidad el regreso de este como presidente y se cumpliera de manera invertida aquella frase de Carlos Marx, según la cual los hechos históricos se presentaban primero como tragedia y luego en forma de comedia.
Refería en el citado artículo que importantes hechos de los siglos XX y XXI se manifestaron de manera inversa a lo planteado por ese influyente pensador; mencionando entre ellos el infortunio para sus ciudadanos y en ocasiones para toda la humanidad (tragedia) de hechos como el ascenso al poder, en segundo intento, de Adolph Hitler, Fidel Castro y Hugo Chávez, que estuvieron precedidos por intentos fallidos (comedia) como el Putsch de Munich (1923), el asalto al cuartel Moncada (1953) y el fracasado golpe de estado de Chávez a Carlos Andrés Pérez (1992).
A partir de esta constatación histórica expresé mi temor de que, en un segundo intento, Trump fuera exitoso en lograr destruir los cimientos legales de esta sociedad, planteando esta posibilidad como una profecía que se autodestruye.
Obviamente, el triunfo de Donald Trump en las elecciones de este año indica que, en lugar de una profecía que se autodestruye en el sentido de advertencia para evitar su ocurrencia, utilizado por el sociólogo italiano Giovanni Sartori, este hecho se asemeja más a una profecía autocumplida negativa, generada por el temor, en el sentido utilizado por el sociólogo Robert K. Merton.
Trump iniciará su segundo gobierno el 20 de enero del próximo año. Muchos de quienes hicimos algún esfuerzo para evitar su regreso como presidente tememos que en esta ocasión este provoque daños irreversibles a la tradición democrática de este país; pues no debe olvidarse que en el 2020 él intentó interrumpir una tradición de casi 250 años de traspaso pacífico del poder, siendo obstaculizado por funcionarios de su propio gobierno y partido que se negaron a obedecer sus órdenes.
Esa negativa de funcionarios de su propia administración a obedecer sus ilegales órdenes, Donald Trump la atribuyó entonces a la influencia de lo que él y sus secuaces identificaron como el “Estado profundo”.
En realidad, lo que se denomina el “Estado profundo” es una teoría conspirativa, según la cual funcionarios de su gobierno de diferentes niveles trabajaban para impedir que este implementara su agenda de “hacer América grande de nuevo”, cuando en realidad, se trata de funcionarios de reconocida trayectoria que han servido en diferentes administraciones y funcionarios designados por él que constantemente le señalaban que la función de presidente tiene límites fijados por la Constitución y las leyes.
En esta ocasión, el presidente electo se ha ocupado de que ninguno de los funcionarios que designe tengan la entereza de contradecirle; lo cual es extensivo incluso a legisladores de su partido, a los que amenaza, a través de uno de sus principales “minions”, Elon Musk, con apoyar aspirantes que disputen las candidaturas, en primarias, de todos aquellos que no cumplan fielmente su voluntad.
A lo anterior se suman claros indicadores de su voluntad de perseguir a sus adversarios, en particular de aquellos que jugaron roles destacados en su juicio político por provocar la toma del Capitolio en enero del 2021, así como de coartar la libertad de prensa mediante demandas legales y amenazas de revocación de licencias de operación de medios, con la finalidad de provocar autocensura.
No obstante lo expuesto hasta aquí, es motivo de optimismo la posibilidad de que algunos legisladores del Partido Republicano, si bien estarán alineados para aprobar todas las medidas que se inscriben en la plataforma programática de su organización, aprobada en su convención; no lo estarán siempre para cumplir fielmente con la voluntad del presidente electo.
De que no todos los legisladores republicanos se plegarán a la voluntad del presidente electo se puede citar, como indicio y “tráiler” de lo que podría ocurrir en la venidera administración, el rechazo mayoritario en la Cámara de Representantes, controlada por el Partido Republicano, a la demanda de Trump de que se elimine el tope de la deuda pública hasta el año 2027, siendo que el tema de la responsabilidad fiscal es cardinal para muchos de esos legisladores.
Ese “atrevimiento” de una parte significativa de los legisladores republicanos a desafiar la voluntad del déspota “wannabe” puede tener explicación en que algunos de ellos ya no habrán de temer que este apoye a un aspirante que les dispute la nominación en primaria, como ha estado amenazando. Esto tiene una explicación sencilla: es previsible el carácter de “pato cojo” del presidente electo ante la imposibilidad constitucional de optar por un nuevo mandato en el 2028, lo que hará posible la emergencia de nuevos liderazgos.
Esto significa que, en el momento de celebración de las próximas primarias, lo más probable es que la influencia del presidente dentro de su partido se haya reducido, en particular en aquellos distritos electorales que no son sólidamente republicanos.
Ha sido positivo para esta sociedad, como lo ha sido para muchas otras, evitar que un presidente concentre demasiado poder; que exista un cierto equilibrio entre las diferentes fuerzas políticas y que haya colaboración entre ellas en la definición y aprobación de las políticas públicas. De hecho, entre todas las naciones, la norteamericana ha sido quizás la más exitosa en lograrlo, creando instituciones que han permitido la convivencia de los actores políticos, sirviendo como modelo para el resto del mundo.
Uno de los aspectos que siempre he admirado del sistema político norteamericano se expresa mediante el uso de la metáfora “cruzar el pasillo”; lo cual significa que para lograr que una iniciativa política avance y se convierta en política pública, los integrantes del partido que la proponen echan a un lado las diferencias con sus adversarios para, moderando el alcance de la propuesta, establecer compromisos que la hagan posible. A esta práctica también se recurre en momentos de peligros para la nación.
Esta práctica es quizás lo que explica los casi 250 años de experiencia democrática de este país. Es necesario que líderes de ambos partidos retomen esta práctica eludiendo los factores de polarización presentes encarnados en el jefe del próximo gobierno.
El acuerdo entre legisladores de ambos partidos para rechazar la propuesta de eliminar el tope de la deuda pública hasta el 2027 es un buen comienzo.
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