Opinion
Una Semana Santa de reflexión, arrepentimiento y resurrección
La Semana Santa no es solo un rito, es un susurro del alma, un llamado al corazón humano a detenerse, mirar hacia adentro y volver a lo esencial. En estos días santos conmemoramos la pasión, crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo, el hijo de Dios que, sin mancha alguna, fue entregado al sacrificio para que se cumplieran las Escrituras. No vino a condenar al mundo, sino a salvarlo. No vino por los sanos, sino por los enfermos del espíritu, por los quebrados del alma, por los que han errado el camino.
Jesús descendió al mundo como una llama de luz eterna, encarnado en la fragilidad humana, para ofrecer la redención a través del amor, el perdón y el sacrificio. Su misión no fue esquivar la cruz, sino abrazarla. Porque en el madero no murió un hombre solamente: resucitó la esperanza.
¿Y si hubiese querido salvarse de la cruz? ¿Acaso no tenía el poder? Claro que sí. Pero eligió el sufrimiento, eligió el silencio ante la burla, eligió el peso de la cruz sobre la gloria momentánea, porque su propósito era eterno. Jesús vino a enseñarnos que la verdadera salvación no está en evitar la muerte del cuerpo, sino en alcanzar la vida del alma.
La carne es polvo, y al polvo vuelve. Pero el espíritu… el espíritu trasciende, se eleva, permanece. Como un río de luz que no se detiene, como una melodía que no cesa en la distancia. Su reino no es de este mundo, porque no es de piedra ni de oro, sino de amor y de eternidad. Más allá del sol, donde los ojos no ven, allí está el hogar prometido.
Jesús no fue vencido por la muerte. Él la venció. Estuvo en el paraíso, y regresó para mostrar el camino. Nos recordó que no estamos condenados al olvido, sino llamados a la resurrección. Y esa resurrección comienza en vida, cuando dejamos atrás el odio, el egoísmo y la indiferencia, y elegimos el amor, el perdón y la compasión.
“El reino de Dios es como la luz”, decimos. Está en todas partes, se cuela entre los poros del alma, danza en el viento y canta en el silencio. Estamos hechos de esa luz, somos fragmentos del infinito. Cuando amamos, aunque el otro esté lejos, lo sentimos cerca. Porque el amor es presencia sin distancia, es el eco de Dios en nosotros.
Y como dice la Escritura: Dios es amor. Si nos dejamos inundar por ese amor, si lo respiramos, si lo vivimos, entonces resucitamos. Porque solo el amor tiene poder sobre la muerte. Solo el amor es puente hacia la eternidad.
En esta Semana Santa, no basta con recordar. Es necesario vivir una Pascua interior, morir al egoísmo y renacer en Cristo. Él nos dejó dos mandamientos que son faro y guía: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y amarás a tu prójimo como a ti mismo. Esa es la cruz que debemos cargar, esa es la victoria que debemos alcanzar.
Dios bendiga a cada uno y a cada una en esta Semana Santa, que la paz y el amor lo llene y disfruten con moderación. Que la cruz no sea solo un símbolo colgado en el pecho, sino una huella grabada en el alma.
Finalmente, extendemos nuestras más sentidas condolencias a las familias que perdieron seres queridos en la tragedia del Jet Set. Que su dolor nos impulse a vivir con mayor conciencia, a valorar la vida y a reflexionar sobre nuestro caminar en esta tierra.
of-am
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