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Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados
La mayoría de las veces, al leer esta bienaventuranza, las personas no se detienen a meditarla. Es como si les pareciera evidente que los que lloran son felices, aunque parece a toda vista una contradicción.
Pues la bienaventuranza no dice: Serán felices los que lloran, sino que dice: Felices (es decir, en tiempo presente) los que lloran, y luego agrega la razón de ser felices: porque ellos serán consolados. Es decir, la promesa es a futuro, pero el resultado es ahora, en el presente.
¿Cómo entender eso? ¿Cómo puede una persona ser feliz y llorar de sufrimiento al mismo tiempo, y que, el motivo de esa felicidad sea una promesa que se cumplirá en el futuro? Sé que muchos pensarán que eso no es posible, pero es Cristo que lo proclama. Para Dios, nada es imposible.
En el mundo en que vivimos, es totalmente imposible que las personas no sufran. Es un mundo donde el dolor, tanto físico como emocional, es parte de la vida, y siempre lo será. En esta dimensión el dolor es, incluso, necesario, para poder advertir cuando algo anda mal.
Partiendo de esa afirmación y tomando como base la bienaventuranza que nos ocupa, se puede decir que todos son bienaventurados, puesto que todos lloran alguna vez. Si todos son bienaventurados, no hay nada que hacer: Si lloran, son felices.
Es lógico que Jesús no se refiere a todo tipo de llanto, porque no todo tipo de llanto merece consolación. Tampoco todo tipo de llanto o dolor lleva a un despertar espiritual que haga ver a las personas más allá de sus circunstancias, que las lleve a ver la luz en medio de la oscuridad.
Existe, por ejemplo, el llanto que se produce con la intención de manipular emocionalmente a otra persona, o a otras personas para, de esa manera, lograr algo que se quiere. Es un llanto egoísta y dañino que hace más mal que bien.
También existen personas que se hacen víctimas a sí mismas, para no asumir responsabilidades por sus acciones y por el dolor que se provocan a sí mismas y a los demás. Ese tipo de llanto o dolor tampoco entra dentro del marco de esa bienaventuranza.
Y así se pueden enumerar un sinnúmero de situaciones que llevan al dolor y al llanto, que, por sus características, no conducen necesariamente a la salvación, sino lo contrario, por lo tanto, bienaventurados no pueden ser, sino que tristes son y tristes quedaran.
Entonces ¿Cuáles son los que lloran y son bienaventurados?
Los que, a pesar de ser inducidos al mal, toman el camino del bien, aunque eso presuponga pérdidas que les hagan sufrir o llorar. Los que han reconocido que el dolor, el llanto, la marginación, la pobreza, la soledad y la violencia no provienen de Dios.
Los que con humildad han reconocido sus debilidades y han aceptado a Dios como Padre cercano, bueno y misericordioso. Los que por gracia han recibido porque han abierto su corazón al amor y a la acción misericordiosa del Padre.
Los que han aceptado a Jesús como Hijo único de Dios y han acogido su mensaje de salvación. Los que han tomado su cruz para seguirle, negándose a sí mismos y regalándose por completo a Él y a los demás.
Los que han sido apartados de la sociedad por raza, nacionalidad, enfermedad, religión, pobreza material, pobreza espiritual, o por reconocer la Verdad y proclamarla para que todos la escuchen, la reconozcan y sean libres.
Los que son crucificados cada día por amor al prójimo, por amor la Verdad, por amor al Evangelio. Porque no temen a la persecución de los que se han autoproclamado Dioses. Los que no acumulan a costa del dolor de otros para tener vidas opulentas y vacías.
Los que están solos en medio de la muchedumbre apresurada y agitada, atentos solamente a sus deseos y ambiciones, apartados, tirados en las calzadas implorando con las miradas un poco de compasión.
Los que no tienen, techo, comida, salud, vestido. Los que te muestran a Jesús cada día en sus crucificadas vidas para moverte a misericordia. Los que, a pesar de todo eso, como el pobre Lázaro (Lc. 16:19-31), que allí tirado, lleno de llagas, ignorado, nunca culpó ni maldijo a nadie por su condición, tampoco culpan ni maldicen a nadie por la suya.
Esos son felices desde ya, porque han visto a Dios que anduvo entre nosotros haciendo prodigios, y no le han rechazado. Porque han creído en sus promesas, porque se han dejado amar y porque le aman. Porque le han visto morir en la cruz por nuestras transgresiones y le han visto resucitar, venciendo la muerte.
Así se puede ser feliz mientras se llora, mientras el dolor y el sufrimiento te invaden, pero no te carcomen el alma, porque ese dolor, ese sufrimiento, ese llorar es circunstancial, no forma parte de tu ser, sino que está allí, en parte, producto de la dureza de corazón de los seres humanos que se han apartado del amor, que se han apartado de Dios.
La certeza que te ha dado buscar a Jesús y encontrarle, esa certeza que te ha dado saber cómo Jesús venció la muerte y resucitó. La certeza que te ha dado el ver cómo Jesús ha tocado miles de corazones durante toda la historia, para que, en su nombre, muchos hagan los que otros creen imposible y que los hombres llaman milagro.
La certeza que da el haber tenido una experiencia personal con Él, que es amor, una experiencia transformadora y que te hace ver el camino a seguir. Ese camino de la revolución interna permanente, de la conversión permanente, el camino de la perfección en Dios.
Es la certeza que te da la fe en Dios uno y trino, la fe en Jesús, su único Hijo, la fe en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Esa fe que te lleva a una paz que sobrepasa todo entendimiento, la fe que es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve (Carta a los hebreos 11:1-6).
A esos les dijo Jesús en el Sermón de la Montaña (Mateo 5:5): Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
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