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El mundo observa, y la Iglesia reza mientras esperan un cónclave

En el corazón del catolicismo, bajo la majestuosa bóveda de la Capilla Sixtina, 138 cardenales electores se preparan para el momento más sagrado e incierto de la Iglesia: la elección del nuevo Sumo Pontífice. Mientras el mundo observa con expectativa y los fieles oran, las campanas de San Pedro aguardan el repique que anunciará a un nuevo pontífice. La silla de San Pedro está vacante, pero la promesa divina permanece: el Espíritu Santo no abandona a su Iglesia.
Desde que el Papa Francisco comenzó a mostrar signos visibles de deterioro físico, y más aún tras su muerte, la Iglesia ha entrado en una etapa de introspección y discernimiento. En el Vaticano se respira un aire de solemnidad, mezclado con tensión. Las puertas del cónclave están a punto de cerrarse, y con ellas, también los murmullos del mundo exterior. Dentro, se abrirá el misterio.
«Papables» y el arte de no parecerlo
Nunca es fácil predecir quién saldrá revestido de blanco. Como recuerda el viejo adagio italiano: «Quien entra al cónclave como papa, sale como cardenal.» Los favoritos cambian con los días, y lo que en los medios parece una contienda de nombres, dentro es un acto de oración, discernimiento y política eclesial.
El cardenal Pietro Parolin, actual secretario de Estado, se perfila como un favorito natural. Hombre moderado, cercano a todos y enemigo de nadie, su candidatura encarna la continuidad y la diplomacia. Sin embargo, su posición también lo hace visible y, por lo tanto, vulnerable.
Desde Hungría, el conservador cardenal Peter Erdö representa un sector doctrinal firme, incluso ante las grietas contemporáneas que tensionan a la Iglesia. Su devoción mariana y su ortodoxia moral podrían atraer a quienes anhelan un giro hacia las certezas del pasado.
Si sopla el viento del cambio, podría inclinarse hacia el cardenal Luis Antonio Tagle, de Filipinas, descrito como «Francisco II». Su rostro juvenil y su tono inclusivo han capturado el corazón de muchos en Asia y en comunidades progresistas. Sin embargo, entre los cardenales, su simpatía mediática no se traduce necesariamente en votos.
Entre las sorpresas se encuentra el cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca latino de Jerusalén, cuyo perfil combina una diplomacia heroica con una mística bíblica. Su cercanía a los sufrimientos de Tierra Santa lo convertiría en un símbolo de reconciliación y fortaleza espiritual.
Puentes, rupturas y equilibrios
El cónclave no es solo un acto de fe, sino también una pugna entre visiones del mundo. Está el bloque reformista, compuesto por figuras como Mario Grech o Jean-Marc Aveline, quienes sueñan con una Iglesia más abierta, más dialogante y más encarnada en las realidades humanas. Frente a ellos se alzan los bastiones tradicionales: Raymond Burke, Robert Sarah y Wim Eijk, guardianes de una ortodoxia doctrinal que teme la disolución de los límites claros.
En este juego de equilibrios, también surgen los llamados candidatos de compromiso, figuras no necesariamente prominentes, pero capaces de construir puentes: Matteo Zuppi, con su carisma pastoral; Robert Prevost, canonista experimentado y hombre de consenso; e incluso Peter Turkson, símbolo del crecimiento del catolicismo en África.
Una elección guiada por el espíritu
Desde el exterior, puede parecer una elección entre derecha e izquierda, tradición y reforma, Europa y el Sur global. Pero desde dentro, los cardenales buscan algo más que eso: buscan santidad, sabiduría y discernimiento. Buscan a un hombre que sea pastor, y no solo gestor; que sepa hablar al mundo sin renunciar a la verdad del Evangelio.
La Iglesia Católica se encuentra en una encrucijada. ¿Deberá reafirmar la línea de Francisco o abrir una nueva etapa? ¿Será un Papa joven, capaz de gobernar durante décadas, o uno mayor, que sirva como figura de transición? ¿Será europeo, africano, asiático o latinoamericano?
No lo sabremos hasta que el humo blanco surque los cielos de Roma. Sin embargo, como en cada cónclave, los fieles creen que, en el secreto del voto, es el Espíritu Santo quien guía la mano de los hombres.