Salud
El vínculo crucial entre juego y desarrollo en los bebés de uno a dos años
REDACCIÓN.- Entre los 12 y los 24 meses, esos “locos bajitos” que transitan hacia su segundo año de vida, los niños atraviesan un periodo crucial de desarrollo que conecta habilidades motoras, lingüísticas y sociales en una red inseparable de aprendizaje.
Según explica el neurólogo infantil Julián Lara, del Hospital Universitario Puerta de Hierro Majadahonda, en la revista Ser Padres, “no hay un desarrollo del lenguaje, psicomotor o de alimentación de forma aislada; todas las esferas se relacionan entre sí”. Este enfoque holístico subraya cómo, por ejemplo, el movimiento al jugar contribuye tanto a la comunicación como a la capacidad de alimentarse de manera autónoma.
Durante esta etapa, el proceso de aprendizaje está profundamente vinculado al acompañamiento adulto, un factor esencial para potenciar el descubrimiento y la práctica diaria de nuevas habilidades.
Los pequeños, mientras perfeccionan su capacidad para agarrar objetos o sostener una cuchara, están simultáneamente fortaleciendo habilidades que más adelante impactarán su lenguaje y su capacidad de interactuar con el mundo. Esta integración de capacidades, puntualiza Lara, “mejora su juego, y el juego aumentará su comunicación”.
La comprensión de este período como una fase de interdependencia entre diferentes aspectos del desarrollo es clave para ofrecer a los niños un entorno enriquecedor. Cada nuevo logro, desde un movimiento físico hasta un sonido balbuceado, abre las puertas a avances más complejos, cimentando el camino hacia etapas futuras.
El lenguaje como pilar del desarrollo temprano
El desarrollo del lenguaje entre los 12 y 24 meses marca un momento particularmente significativo en la vida de los bebés. A esta edad, su cerebro está programado para adquirir vocabulario de manera exponencial, avanzando desde las primeras palabras a los 12 meses hasta manejar unas 50 palabras al cumplir los dos años, según detalla Rachel Rossi, profesora de Educación Infantil en Hastings School.
El proceso comienza con una comunicación inicial compuesta por balbuceos y palabras simples. Entre los 11 y los 15 meses, los pequeños experimentan con una jerga inmadura, combinando sonidos y palabras como “papá-ido”, y empiezan a obedecer órdenes acompañadas de gestos. Más adelante, alrededor de los 16 meses, ya pueden entender instrucciones sencillas sin necesidad de señales visuales.
Un indicador de avance notable ocurre hacia los 18 meses, cuando los niños integran palabras comprensibles en su jerga, reconocen partes del cuerpo y asocian imágenes con objetos concretos. Al cumplir dos años, su capacidad para formar frases simples con sujeto y predicado refleja el progreso alcanzado: pueden nombrar objetos cotidianos, señalar colores básicos y contar hasta cuatro.
No obstante, Julián Lara, neurólogo infantil, advierte sobre posibles señales de alarma. La falta de contacto visual, la ausencia de respuesta a estímulos auditivos o la incapacidad de señalar como forma de comunicación podrían indicar la necesidad de atención especializada. “Este período es decisivo -enfatiza Lara-, y los adultos tienen un papel clave en motivar, guiar y ampliar el universo comunicativo del niño mediante juegos interactivos y el uso de herramientas visuales como espejos y fotografías”.
Hitos del desarrollo psicomotor
Entre los 12 y 24 meses, el desarrollo psicomotor de los niños experimentan avances notables, reflejados en una creciente autonomía física y coordinación. Según Rachel Rossi, profesora en Hastings School, “es fundamental ofrecerles oportunidades amplias para explorar y ejercitar habilidades motoras gruesas, como caminar, correr y saltar. Estos logros son clave para su desarrollo integral y se benefician de un entorno que fomente la actividad y la experimentación”.
A los 12 meses, muchos bebés comienzan a caminar de la mano, a agacharse para agarrar objetos y a manipular elementos pequeños utilizando una pinza fina, marcando los primeros pasos hacia una mayor destreza. Este progreso se intensifica alrededor de los 14 meses, cuando son capaces de recorrer distancias cortas con pasos más firmes, aunque con las piernas separadas para mantener el equilibrio. También empiezan a colaborar en tareas simples, como señalar objetos o intentar vestirse.
Hacia los 18 meses, estas habilidades motoras se consolidan. Los pequeños logran subir escaleras con ayuda, caminar hacia atrás e incluso dar besos, demostrando un control físico más refinado.
Finalmente, a los 24 meses, ya pueden correr con mayor seguridad, saltar con ambos pies y subir escalones sin asistencia. Estas habilidades fortalecen su cuerpo, y también sientan las bases para una independencia cada vez mayor.
Rossi subraya la importancia de garantizar un espacio adecuado donde los niños puedan explorar libremente una variedad de movimientos, consolidando su confianza y coordinación a través de la práctica diaria y la interacción con su entorno.
La alimentación, motor del desarrollo integral
La alimentación durante los 12 y 24 meses es un eje esencial para el desarrollo integral de los bebés, ya que nutre su cuerpo en crecimiento, fomentando su autonomía y habilidades motoras finas. Según Rachel Rossi, profesora de Educación Infantil, es fundamental exponer a los pequeños a una variedad de texturas y sabores, como galletas o trozos de tortilla, desde los 12 meses.
Este tipo de alimentos ayuda a fortalecer la musculatura oral, que resulta indispensable para el desarrollo del habla. Además, la participación activa en las comidas familiares, donde los bebés imitan gestos y comportamientos, juega un papel clave en su aprendizaje.
A medida que se acercan a los 18 meses, los bebés suelen perfeccionar el uso de la cuchara, llevando la comida a la boca con mayor precisión y disfrutando de una creciente independencia durante las comidas. Julián Lara, neurólogo infantil, resalta que “permitirles explorar libremente, aunque esto implique mancharse, contribuye a su desarrollo físico, y refuerza su confianza. Además, es esencial establecer una rutina alimenticia predecible y segura, ya que esto genera un entorno de confianza donde el niño puede experimentar y aprender sin presiones”.
Por otra parte, Rossi destaca la importancia de evitar alimentos que puedan suponer un riesgo de atragantamiento, como frutos secos o trozos duros, mientras se amplía la variedad en la dieta del niño. Este enfoque enriquece su experiencia sensorial, fomentando un paladar más amplio y saludable. Acompañar al niño en esta etapa, asegurando que disfrute de una alimentación equilibrada y adaptada a su progreso, es un elemento clave para sentar las bases de un desarrollo integral.
El juego, una herramienta esencial
El juego es una herramienta esencial para el desarrollo entre los 12 y 24 meses, especialmente porque estimula el aprendizaje por imitación, que es la principal forma de adquirir nuevas habilidades en esta etapa. Según Rachel Rossi, profesora de Educación Infantil, actividades como agarrar y vaciar cubos de arena, mezclar pintura con las manos o hacer burbujas en agua les permiten descubrir el mundo que los rodea, además de fomentar su creatividad. “Estos juegos iniciales, combinados con herramientas simples como instrumentos musicales o bloques de construcción, ayudan a desarrollar la coordinación y la curiosidad natural del niño”, dice Rossi.
A los 14 meses, los pequeños comienzan a realizar tareas más complejas, como sacar objetos de una botella tras ver a un adulto hacerlo. Esta capacidad evoluciona rápidamente, y hacia los 16 meses ya pueden completar actividades similares sin necesitar una demostración previa.
Además, en torno al año y medio, son capaces de lanzar pelotas, construir torres de tres o cuatro bloques y participar en juegos simbólicos, como alimentar muñecos, lo que marca el inicio de su interacción social. Este progreso, destaca Rossi, es una prueba de cómo la imitación permite a los niños incorporar conductas observadas en su entorno.
Alrededor de los dos años, los juegos se vuelven más complejos, incluyendo actividades que requieren mayor coordinación, como chutar una pelota o construir estructuras básicas. En esta etapa, los niños también comienzan a recordar y expresar experiencias recientes, lo que sienta las bases para su independencia y habilidades sociales. Estas actividades fortalecen sus destrezas físicas, brindando las herramientas para interactuar con su entorno y prepararse para desafíos más avanzados.