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La educación, un desafío hacia el pensamiento crítico y la justicia social

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POR LUIS M. GUZMAN

En 1954, el filósofo alemán Günther Anders escribió la que fuera su obra más importante «La obsolescencia del hombre», un texto visionario que advertía sobre los peligros de una sociedad moldeada por la ignorancia como herramienta de control social. Aunque escrito en un contexto europeo, sus ideas resuenan con inquietante actualidad en muchos países, incluido el nuestro.

La preocupación por la calidad de la educación y su impacto en el tejido social no es nueva en nuestro país. Durante décadas, hemos sido testigos de los efectos de un sistema educativo que, en lugar de empoderar a las generaciones futuras, parece consolidar desigualdades estructurales. Anders sostenía que no era necesario recurrir a la violencia física para sofocar el espíritu crítico de una sociedad; bastaba con diseñar un sistema que redujera el nivel y calidad de la educación, lo cual, lamentablemente, sigue siendo una realidad en muchos aspectos de nuestro contexto nacional.

Hacia la calidad

 En la República Dominicana, la educación ha sido un campo de batalla entre promesas políticas y resultados insuficientes. Aunque la Constitución garantiza el derecho a una educación gratuita y de calidad, la realidad dista de lo ideal. Según datos recientes del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) y otros informes internacionales, nuestro país enfrenta graves retos en términos de comprensión lectora, matemáticas y ciencias. A pesar de los esfuerzos por destinar el 4% del PIB a la educación desde 2013, los resultados aún no muestran una transformación profunda.

Esta crisis no solo es reflejo de la falta de recursos, sino de políticas educativas que priorizan la memorización sobre el pensamiento crítico y la resolución de problemas. Como resultado, estamos formando jóvenes que, si bien adquieren competencias básicas, carecen de las herramientas necesarias para cuestionar su realidad, imaginar soluciones innovadoras y construir un futuro más equitativo.

La situación educativa de nuestro país tiene implicaciones profundas. En palabras de Anders, el control social moderno no necesita ser explícito ni violento; basta con mantener a la población desinformada o distraída. En la República Dominicana, este fenómeno es evidente en el predominio de contenidos mediáticos que priorizan el entretenimiento banal por encima de debates serios. Programas de televisión y redes sociales están repletos de chismes y memes, mientras los espacios para el análisis crítico son escasos.

Esto no solo afecta a nuestra educación, sino también a nuestra democracia. Una ciudadanía mal informada o poco crítica es más vulnerable a las manipulaciones políticas y a la perpetuación de sistemas que benefician a unos pocos en detrimento de la mayoría.

Brechas educativas y desigualdad social

 El acceso desigual a una educación de calidad perpetúa las brechas sociales y económicas en nuestro país. En las zonas rurales y marginales, donde la pobreza es más prevalente, las escuelas enfrentan carencias significativas en infraestructura, materiales didácticos y formación docente. Esta situación contrasta con las instituciones educativas privadas, donde los recursos y las oportunidades suelen ser mucho mayores.

La falta de una educación integral también limita la capacidad de nuestra juventud para insertarse en el mercado laboral y contribuir al desarrollo nacional. Competencias clave como las matemáticas, la lectura crítica y el razonamiento científico son esenciales, no solo para las profesiones técnicas, sino también para una ciudadanía activa y consciente.

Sin embargo, no todo está perdido. La República Dominicana tiene un potencial enorme para transformar su sistema educativo en una herramienta de emancipación y desarrollo. Para lograrlo, es necesario repensar las políticas educativas desde un enfoque inclusivo y orientado al pensamiento crítico. Esto implica:

  1. Revisar los currículos escolares para que incluyan habilidades como el análisis crítico, la creatividad y la resolución de problemas.
  2. Fortalecer la formación docente, asegurando que los maestros sean capaces de inspirar a sus estudiantes y guiarlos hacia un aprendizaje significativo.
  3. Promover una cultura de lectura y acceso al conocimiento, aprovechando las bibliotecas, plataformas digitales y programas comunitarios.
  4. Involucrar a las comunidades en la educación, reconociendo que el aprendizaje no solo ocurre en las aulas, sino también en los hogares y espacios sociales.

Además, las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial y las plataformas educativas en línea, pueden ser herramientas poderosas para cerrar las brechas educativas, siempre que se utilicen con objetivos claros y éticos.

El conocimiento como poder y resistencia

 Como país, debemos reclamar el poder que nos otorga el conocimiento. En un mundo donde la ignorancia deliberada se utiliza como herramienta de control, una sociedad educada y crítica es el antídoto más poderoso. La lucha por una educación de calidad no solo es una cuestión de desarrollo económico, sino una apuesta por la justicia social y la democracia.

Parafraseando a Francis Bacon, «el conocimiento es poder». En la República Dominicana, es hora de convertir ese poder en una realidad tangible, construyendo un sistema educativo que no solo informe, sino que transforme. El futuro de nuestra nación depende de ello.

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