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Opinion

Los verdaderos responsables de la tragedia del Jet Set no son sus propietarios

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En la Pascua judía, era costumbre que el gobernador romano liberara a un preso (lo que aquí se conoce como “indulto”). Barrabás era un preso condenado por sedición y asesinato, considerado un rebelde contra Roma. Los líderes religiosos, que querían la muerte de Jesús, influyeron en la multitud para que pidieran la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. Pilato, el gobernador romano, les dio la opción a la multitud de liberar a uno u otro; el público, como papagayo, gritaba a viva voz: “¡Crucifíquenlo, crucifíquenlo!”, con lo que Pilato se lavó las manos y se produjo la crucifixión de Jesús.

La tragedia ocurrida la pasada madrugada del 8 de abril, en la que un derrumbe del techo de la discoteca Jet Set Club cobró la vida de más de 230 personas —sin discriminar entre conserjes, camareros, propietarios, artistas, peloteros, políticos, empresarios, fieles e infieles—, ha conmocionado al país y enlutado el seno de influyentes y connotadas familias. Sin que siquiera se hayan conocido preliminarmente las causas del colapso, “en un universo de ignorantes, todo el mundo se cree eminencia de algo”. No sabía que en este país contábamos con tantos expertos estructurales, geólogos, forenses, juristas, procuradores, jueces y demás, para que de inmediato ya tengamos a un culpable: su propietario, Antonio Espaillat, quien debe pagar 7,080 años de cárcel(236 víctimas a 30 años cada una).

En este país no existe ninguna ley, decreto, reglamento u ordenanza que establezca el tiempo de vida útil de una estructura determinada. En nuestra doctrina se ha establecido entre 50 y 70 años, dependiendo de si se trata de viviendas o establecimientos comerciales; sin embargo, no he visto en los diseños estructurales que los expertos consideren un refuerzo adicional o mejor calidad de los materiales al tratarse de establecimientos comerciales. No he visto a la primera persona física, empresa o al mismo Estado demoler una edificación porque ha agotado la vida útil para la que fue “diseñada”. Si así fuese, ya estarían demolidos el Palacio Nacional, con 86 años; el Hotel Jaragua, con 83 años; el Congreso Nacional, el Banco Central, el Palacio de Bellas Artes, entre otros tantos con más de 70 años de existencia.

Si los 236 fallecidos del Jet Set Club hubiesen sido: la misma orquesta, todo el personal laboral de la discoteca, jovencitos sin nombre ni abolengo de la 42 y otros sectores populosos del Distrito Nacional, ya a dos meses del evento no se estaría hablando de ello más que en los entornos íntimos de los familiares de las víctimas. La trascendencia de la tragedia se la han tributado las “celebridades” que esa noche disfrutaban de la fiesta. El vuelo 587 de American Airlines, que el 12 de noviembre del 2001 cobró la vida de 260 personas, dominicanos en su mayoría, a pesar de haberse producido en la vorágine de los dos meses siguientes al atentado de las Torres Gemelas en la ciudad de Nueva York, no impactó tanto como este evento. ¿Quién o quiénes fueron los culpables? En ese vuelo no venían celebridades del “jet set” local.

Salvo honrosas excepciones, todos los que hoy pedimos condena para los dueños de Jet Set somos, paradójicamente, quienes nos cruzamos los semáforos en rojo, ocupamos las aceras peatonales, circulamos en contra de la vía y corremos a exceso de velocidad. Pero cuando un DIGESETT nos fiscaliza, le pedimos “un chance”, y si no lo logramos, llamamos al político para que le ordene darnos ese “chance”. Somos los mismos que, cuando un inspector de la alcaldía nos notifica que tenemos ocupados los espacios públicos con materiales de construcción y que debemos tener el permiso de uso de suelo para la obra, y nos la paraliza por esa inobservancia, de inmediato decimos: “qué tanto jode esta gente”, procediendo a llamar al alcalde para que castigue al inspector y “nos dé un chance porque le apoyamos en las elecciones”. Somos los mismos ciudadanos que, habiendo construido un edificio de cuatro plantas sin la debida licencia y sin la supervisión de un profesional, cuando nos exigen un estudio de vulnerabilidad para determinar si representa una amenaza, corremos de inmediato donde los políticos a traficar influencia para que eso se quede así.

Los que hoy abrimos la boca como cocodrilos para pedir condena para los dueños de Jet Set somos los mismos que vivimos en una vivienda hecha sin ningún criterio técnico; que no contratamos a un ingeniero estructural para que calcule la losa y evitar que se caiga; los que construimos sobre el lindero, impidiendo que los bomberos puedan entrar ante un incendio. Somos los que hacemos un croquis a mano y vamos al ayuntamiento para que nos den el permiso de construcción, y si nos exigen planos, decimos que están maltratando a los ciudadanos. Somos los mismos que, en una larga fila en la carretera, usamos el carril reservado para el sentido contrario, para avanzar sobre los demás. Somos los que vamos a los lugares públicos y no queremos hacer la fila. Somos padres irresponsables que, en presencia de nuestros hijos menores, no nos inmutamos para cometer todas las anteriores barbaridades, fomentando que ellos también se formen como ciudadanos irresponsables e irrespetuosos de las normas.

Los jueces que juzgan el caso Jet Set ignoran que el Palacio de Justicia del Centro de los Héroes tiene 66 añosde construido y el de Ciudad Nueva, 80 años, sin que en ninguno de los casos se haya intervenido su estructura. Paradójicamente, son esos jueces a quienes toca juzgar a la familia propietaria de la discoteca Jet Set, que es tan víctima como todos los que perdieron familiares; víctimas de ellos mismos, del Estado, de una sociedad corrupta por acción u omisión. Ellos pudieron perder parte de su membresía familiar que esa noche estuvo ahí; perdieron a entrañables amigos que ya consideraban como su propia familia; perdieron un gran activo de su patrimonio; perdieron el bien ganado prestigio que habían acumulado durante toda una vida; lo han perdido todo.

Si queremos saber quién es el verdadero culpable de la tragedia del Jet Set, mírese usted al espejo, me miro yo en el mío; miremos a un Estado complaciente e irresponsable; miremos a una sociedad oportunista, mojigata, ventajista, del “chanceo”, del irrespeto a las normas. Si usted vive en una casa que no tiene los permisos del ayuntamiento y del MIVHED; si se cruza en rojo los semáforos; si monta dos gomas de su vehículo en la acera; si se mete en contra de la vía; si elude sus responsabilidades municipales y nacionales; si trafica influencias para que lo “chanceen”; si utiliza subterfugios para beneficiarse de ciertos escenarios, vamos a tener que importar ciudadanos correctos de otros países, para que sean quienes griten “¡Crucifíquenlo, crucifíquenlo!”, porque los que somos nosotros no tenemos moral para hacerlo.

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