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Opinion

Perdida en la arena, bajo la luna de Punta Cana

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El autor es periodista. Reside en Santo Domingo

POR REY ARTURO TAVERAS

El viento, acostumbrado a susurrar historias de amor en el vaivén de las olas que danzan en la oscuridad nocturna y que  se lanzan sobre la arena de la playa de Punta Cana, no ha podido desvelar el misterio que envuelve a la turista indo-estadounidense desaparecida en el hotel Riu.

La marea burlona se ha hecho cómplice del misterio, porque con dedos invisibles ha borrado las huellas de los que han pisado la arena esparcida como alfombra de gala que recibe a los anfitriones del mar.

La noche del idilio en que los jóvenes disfrutaban el placer de las caricias qué sabe dar la brisa marina, bajo la luz pálida de la luna, testigo silente que reflejaba su rostro sobre el agua indómita, se tragó la ilusión de la falsa felicidad de la pareja que disfrutaba la pasión del mar.

Sudiksha Konanki caminaba hacia el horizonte y su silueta,  recortada contra la inmensidad del océano, se perdió en el silencio de la noche, absorbida por la oscuridad, sin dejar rastro de su existencia.

Parece como si las  olas cantaran una oda de muerte,  con una voz milenaria, un verso de encantos y caricias traicioneras, atrayendo con su hipnótico vaivén a la joven Sudiksha Konanki hacia un vacío inexistente en el que desapareció su cuerpo.

Joshua Riibe, sombra inquieta a su lado, compartía el misterio de la madrugada, en medio de risas, murmullos y un oleaje que jugaba a ser caricia o amenaza silente que navegaba contra la brisa sonriente sombra del suplicio eterno que salía de las profundidades del mar.

Sudiksha Konanki

El tiempo, siempre un participe  travieso, se escurrió entre la espuma de las aguas azules y la arena amarillenta para hacerse cómplice del sol y dar la infausta noticia de un inesperado vuelo al infinito.

Cuando el alba destiñó la noche, el hotel despertó con su bullicio de turistas somnolientos y empleados en su rutina mecánica. Pero Sudiksha no estaba. La brisa de la mañana susurraba su nombre entre los cocoteros, mientras el mar se tragaba los secretos de su ausencia.

Las cámaras de vigilancia la vieron entrar, pero no salir. Como si la playa misma la hubiera devorado, un misterio que se desliza entre el rumor de las olas y las conjeturas de la razón invadió las redes sociales y los medios de comunicación.

Riibe, su compañero de idilio en la arena del mar, interrogado una y otra vez sobre la desaparición de Sudiksha Konanki, ha tejido versiones como redes de un pescador sin certeza. Pero el  mar, en su vasta indiferencia, también permanece callado y los rescatistas e investigadores se alejan del lugar de la desaparición en busca de otros escenarios.

Helicópteros rasgan  los cielos, drones vigilan  la arena, buzos descendieron al abismo salino, pero la joven se desvaneció en la frontera entre la vigilia y su sueño de ser doctora para sanar el cuerpo humano y salvar la plenitud del alma.

Los rumores danzan  como espectros en el aire, pero sigue la pregunta: ¿la atrapó una ola celosa de amor humano y se la llevó a la profundidad del mar ? ¿Se perdió en la noche persiguiendo su propio reflejo en el agua? ¿O fue la sombra de otro ser humano quien la arrebató de la orilla del mundo y la envió a la sombra del umbral eterno de la muerte física? La secuestraron enemigos de la familia o la abdujeron extraterrestre?

Misterio

Mientras las mareas siguen su danza eterna y la arena sigue esperando su regreso, el misterio de Sudiksha Konanki queda suspendido en la brisa de Punta Cana, como un susurro que la luna escucha, pero jamás revelará.

jpm-am

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