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Por más días de Navidad
La Navidad debería durar mucho más. Esa idea me hace recordar muy gratamente a Malena García. Ella armaba su arbolito el Día de las Mercedes y lo desmontaba el Día de la Altagracia. Pero yo abogo, todavía por más.
El común de la gente, desde que “llegan los bre” se va adentrando en las acciones que caracterizan al periodo navideño. Si bien es cierto que el origen de la Navidad está asociado al “nacimiento del Niño Dios”, no menos cierto es que el mercado se vale de una amplia diversidad de estímulos para que “nos sintamos en ambiente”.
Es así como, año tras año, vivimos un período que despierta una amplia variedad de emociones en las personas. Es una etapa en la que nos rodeamos de colores vibrantes, canciones llenas de alegría y rituales familiares que nos conectan con recuerdos de infancia.
Pero la Navidad puede (y creo que debe) ser mucho más que eso. Hace algunas semanas asistí a una actividad en la que un líder religioso compartía reflexiones orientadas a explicar que esta celebración tiene diferentes niveles de profundidad: uno básico, que apela a los sentidos; otro que despierta nuestra humanidad y solidaridad, y un tercero que invita a adoptar los valores navideños como un estilo de vida.
Él destacaba que ese nivel básico de la Navidad es el más difundido. Explicaba que el mismo es aprovechado para estimular nuestros sentidos. Las luces decorativas iluminan calles y hogares, propiciándonos “un ambiente mágico”. Los colores rojo, verde y dorado se convierten en los protagonistas de la temporada, mientras los aromas de galletas recién horneadas y chocolate caliente, a veces con jengibre y hasta su traguito de ron, se encargan de “darle forma” al ambiente.
La música, la publicidad y la amplia modalidad de celebraciones son solo algunas de las características de este nivel. Sin lugar a dudas se trata de expresiones que nos pasean por sentimientos que van desde la alegría hasta la nostalgia y que nos transportan a otros momentos de nuestras vidas. Este grado es alegre y hermoso porque nos conecta con tradiciones, con lindas emociones y nos hace sentir parte de algo especial.
Con el segundo nivel de la Navidad logramos ir más allá de lo visible. Aquí cuentan los valores y las acciones que esta época inspira. Mucho más allá de recibir y entregar regalos, este tramo incluye compartir y cuidar a los demás.
En este tramo destacan actos de bondad: donar ropa, ofrecer alimentos a quienes lo necesitan o dedicar tiempo a visitar a alguien que se siente solo. También sirve para iniciar, alimentar y hasta para renovar relaciones. Estas acciones nos recuerdan que la Navidad también es un momento para pensar en los demás, especialmente en aquellos que afrontan dificultades.
En este grado practicamos solidaridad y empatía, con lo que logramos una alegría más profunda que la alcanzada en el primer nivel. Es una felicidad que va más allá de lo material porque está basada en la conexión humana.
Pero el líder religioso del que hablo invitaba a lograr un tercer nivel. Él aboga, y me sumo, por un grado más profundo y transformador. Su planteamiento se centra en convertir las buenas prácticas de la Navidad en un hábito que se mantenga y que nos acompañe durante todo el año.
La idea es no tener que esperar a diciembre para practicar la bondad y la solidaridad. Para eso propone que pequeñas acciones diarias tengan el propósito de tocar positivamente a otras personas. La propuesta es que acciones tan simples como ser amables o evitar desperdicio de alimentos nos ayuden a lograr un cambio con criterio de sostenibilidad.
El propósito es que las buenas acciones pasen de ser la excepción a ser la norma. Está muy bien intercambiar regalos, es maravilloso tender la mano, es hermoso lo que tanta gente hace durante la Navidad. Pero la idea, la invitación, la virtuosa tarea es agregar sostenibilidad a esos sencillos gestos que terminarían por extender el tiempo en el que ese deseo de “tocar positivamente” terminaría regalándonos más días de Navidad.
jpm-am
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