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República Dominicana: De influencers a ‘idiocracia’, el espejo de nuestra sociedad

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EL AUTOR es gestor de soluciones comerciales. Reside en República Dominicana

Por FEDERICO FELIX 

Antes de empezar, quiero dejar algo claro: no escribo esto desde un pedestal moral, ni pretendo alardear de ser un santo o un impoluto. Al contrario, soy tan parte de esta sociedad como cualquiera. Sin embargo, a veces, en mis momentos de ocio con una copa de vino en mano, no puedo evitar reflexionar sobre el rumbo que estamos tomando como país, sobre todo cuando lo absurdo parece ocupar cada vez más espacio en nuestras vidas.

Vivimos en tiempos extraños. Tiempos donde el que más grita, gana. Donde “ser viral” se ha convertido en un sello de credibilidad, y no importa qué se diga, sino cuántos likes consiga. Lamentablemente, en República Dominicana no nos libramos de esta realidad; al contrario, parece que llevamos la delantera. Lo que antes era vergonzoso, ahora se exhibe con orgullo, y lo que debería hacernos reflexionar simplemente nos pasa por encima.

En esta sociedad idiócrata que hemos construido —es decir, una sociedad donde la ignorancia y la banalidad dominan la conversación pública—, muchas de las figuras que dominan los medios y las redes no son líderes, ni expertos, ni comunicadores reales. Son personas que encontraron en lo viral, la vulgaridad, el escándalo y el relajo la manera más rápida de llamar la atención. Se celebran actividades que, en otra época, habrían sido motivo de vergüenza: simplezas, obscenidades, ideas vacías y, en el caso de algunas jóvenes de los medios, hasta prostitución maquillada de autosuficiencia. La justificación siempre es la misma: «Estoy viviendo mi vida, pago mis lujos y nadie me mantiene». Pero, ¿desde cuándo el dinero y los lujos se convirtieron en la única vara para medir la dignidad? 

El problema no son ellos, somos nosotros

El verdadero problema no son estos supuestos influencers; somos nosotros, quienes los seguimos ciegamente sin cuestionar nada. Nos dejamos llevar por la “cháchara” y olvidamos hacernos preguntas básicas:

  • ¿Por qué esta persona se autoproclama experta?
  • ¿Qué credenciales tiene para hablar con autoridad?
  • ¿Por qué creo todo lo que dice alguien solo porque es viral?

Nos hemos acostumbrado a que otros piensen por nosotros. Es más fácil abrir Instagram o TikTok y tragarnos lo primero que aparece, que hacer el esfuerzo de investigar y cuestionar. Como decía Immanuel Kant: “La pereza y la cobardía son las razones por las que tanta gente permanece en un estado de minoría de edad”. Es decir, preferimos ser ignorantes, porque pensar cuesta trabajo y, además, incomoda.

Medios y populismo: más ruido, menos verdad

Los medios —tanto tradicionales como digitales— tienen su cuota de culpa. De un tiempo acá, dejó de importar la verdad. Ahora todo es lo inmediato:

  • La noticia rápida.
  • El titular escandaloso.
  • El clic fácil.

Nadie investiga; nadie espera. Y así nos encontramos en un mundo donde lo absurdo es norma y lo sin sentido se convierte en aspiración. En medio de ese ruido, figuras populistas ganan fuerza porque ofrecen respuestas fáciles a problemas complejos. Son los que encarnan la idea del “sujeto que se supone que sabe”, y mucha gente encuentra en ellos una escapatoria. Como ejemplo, algunos nuevos presidentes de la región, quienes cautivan a las masas con bravuconerías y en muchas ocasiones promesas vacías. No ofrecen soluciones reales, pero hacen que lo parezca, y eso, tristemente, basta para muchos.

¿Cómo llegamos aquí?

Llegamos aquí porque confundimos fama con conocimiento y ruido con sabiduría. Porque decidimos que las ideas de nuestros padres y abuelos son complicadas y preferimos cosas sin sentido con filtros de Instagram. Porque, como diría Ortega y Gasset, “la masa arrolladora no desea más que vivir, sin sacrificarse a ningún principio, sin brida, sin sometimiento, sin ley. Es la barbarie.

Esto no significa que no podamos disfrutar del contenido viral. Confieso que yo mismo lo consumo y convivo con él. Pero hay una diferencia entre consumirlo y permitir que nos defina. Una sociedad que se niega a pensar por sí misma termina siendo controlada por los peores de entre nosotros.

El reto: ¿qué hacemos?

La solución no es fácil, pero es necesaria:

  • Dejemos de celebrar lo banal solo porque está de moda.
  • Cuestionemos las fuentes, los “expertos” y los mensajes que recibimos.
  • Dejemos de esperar que las autoridades de turno resuelvan esta crisis moral por nosotros.
  • Aprendamos a pensar de nuevo, aunque duela e incomode.

Mantenerse exigente en una época de sobrecarga de información es agotador. Pero si no lo hacemos, no nos sorprenda cuando en el futuro el médico que nos opere haya sacado su título en un tutorial de YouTube.

sp-am

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