Opinion
Yo, Balaguer: memorias ficcionadas de Juan Pablo Borbón
En Yo, Balaguer, Pablo Gómez Borbón se mete en la piel de Joaquín Balaguer, en el cuerpo decadente de este casi centenario personaje, quien aún al borde del sepulcro, conservaba la lucidez prodigiosa de una mente privilegiada, para generar unas memorias ficcionadas compartidas de una de las figuras de mayor gravitación en la escena pública dominicana del ciclo que va desde la noche libertaria del 30 de mayo de 1961 hasta el 2002. Cuando, mediante un código de apretón de manos fraguado por quien ocupaba la vicepresidencia de la Asamblea Revisora, decidió la suerte de la reforma constitucional que restableció la reelección presidencial removida en 1994 (¡cómo no iba a acceder en este punto!), pero mantuvo la mayoría absoluta de la mitad más uno como requisito para alcanzar la posición. Todo ello, desde la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Abreu, a poco de expirar.
En esta obra maciza de 721 páginas y 173 capítulos, tocada de belleza y soltura literaria, erudición histórica y política, que desde su primera página nos atrapa, Gómez Borbón actúa como una suerte de médium relator articulador, como voz autorizada escogida por Balaguer -quizás en una noche de insomnio y aparición en su Bruselas de acogida, como le sucediera en Santo Domingo a Kathleen Martínez con Cleopatra, quien se le presentó en sueño para conminarla a encontrar su tumba- para contar su verdad, la de una luenga y rica existencia.

Desde los años felices en los campos de Navarrete jineteando al amparo de su querido padre que incursionaba en la agricultura y el comercio. El traslado de la familia a Santiago, donde continuó sus estudios básicos iniciados en Puerto Plata, seguidos en Navarrete, culminado el bachillerato en Filosofía y Letras en la Ciudad Corazón. Allí practicó natación en el bravo curso del Yaque que fertiliza el valle, socializó con los muchachos en las aulas y en el Parque Central. Se enamoró platónicamente de Lucía (aquella «tan lánguida, tan leve y tan sublime»), quien al comprometerse en amores provocó en el joven un episodio rayano en el suicidio.
Cavilando en un banco del parque entre la vida sin Lucía y la muerte perentoria para lo cual había adquirido un arma de fuego -al decir testimonial de su amigo el poeta Manuel del Cabral en su memoria Historia de mi Voz-, resolvió el dilema, al vender el arma en una compraventa y con su producto perder la virginidad en un prostíbulo de la ciudad. Una decisión impecablemente racional que fue marcando el perfil de personalidad de este hombre, asido como un náufrago en plena tempestad sentimental al madero salvador de la razón que Dios puso como don en nuestra especie.
Santiago
Santiago fue plaza también para templar el carácter patriótico y nacionalista de Balaguer, su contacto con oradores de verba divina constructores de frases relampagueantes. Tal el caso, durante la Semana Patriótica que el movimiento cívico nacionalista celebró en las cabeceras de provincia, para reclamar la salida de las tropas de ocupación americanas. En la ocasión, impresionó al joven orador en ciernes la pieza improvisada por Luis Conrado del Castillo -figura clave del nacionalismo de la Pura y Simple– a partir de las pancartas de los manifestantes. Y a quien Balaguer dedicó capítulos en Los Próceres Escritores y en Historia de la Literatura Dominicana, como me refería reiterativo desde 1977, cuando nos conocimos en el Palacio Nacional con motivo de la condecoración al americanista colombiano don Germán Arciniegas.
En la urbe progresista enhebró sus primeros textos poéticos que no fueron bien recibidos por colegas, motivo de una reacción intelectual colérica (Tebaida Lírica) de la cual tomaría nota para filtrar con celo supremo sus reales sentimientos hacia los demás. Puliendo un rasgo que admiraría en Tomás Bobadilla, calificado como hombre de estilo evasivo y sinuoso, estadista sin escrúpulos, quien, al decir de Balaguer, se ocultaba entre los pliegues de su propia elocuencia para sorprender la buena fe de sus conciudadanos.
Fue Santiago el lugar iniciático que le permitió practicar su talento en prosa, en el ensayo político y también el literario, en la crónica periodística y la corrección de estilo. Las páginas del diario La Información dirigido por Rafael Cesar Tolentino brindaron la oportunidad de activar esta veta, incluyendo la incursión en la redacción de editoriales. En 1924, recién graduado de bachiller, en los Juegos Florales de La Vega Real obtuvo galardón por su ensayo sobre la vida y obra de Federico García Godoy.
Movimiento Cívico
Ese medio fue el bastión del Movimiento Cívico, que acaudilló Rafael Estrella Ureña y que a partir del 23 de febrero del 1930 diera al traste con el sexenio de Horacio Vázquez. Episodio del cual se reputa a Balaguer como redactor principal de su Manifiesto.
Como se sabe, los hermanos Tolentino Rojas (Rafael Cesar y Vicente), el Lic. Jafet Hernández, poetas como Tomás Hernández Franco -autor de la obra testimonial La más bella revolución de América– y un joven abogado Joaquín Balaguer, participaron como dínamos políticos de este proceso, acaudillados en torno a Rafael Estrella Ureña, mentor de nuestro personaje.
Urdimbre articulada por el periodista santiaguero Rafael Vidal Torres y el político vegano Roberto Despradel, actuando como enlaces entre el brigadier Trujillo, jefe de la Guardia Nacional formada por los Marines y los demás conjurados.
Desde Santiago hizo sus estudios de leyes en la Universidad de Santo Domingo como estudiante libre, asimilado a la Oficina de Abogados del Lic. Jafet Hernández, en la cual laboraba también Rafael F. Bonnelly, identificado como su más terrible contendor, su némesis. Rivalidad que se prolongaría de por vida con eventos relevantes como la escogencia en 1957 del candidato a la vice que acompañaría a Héctor Bienvenido Trujillo a la presidencia, cuando Bonnelly fue ponderado en primer término, decantándose la selección final por Balaguer.
Tras el 30 de mayo
Continuó a raíz del 30 de mayo, cuando Bonnelly, operando desde la Unión Cívica Nacional opositora, en medio de un proceso de transición sumamente accidentado, fue seleccionado vicepresidente del Consejo Estado con Balaguer presidiéndolo, con fecha de sucesión el 27 de febrero de 1962.

Motivo eficiente del auto golpe del 16 de enero del 62, de fugaz efecto y consecuencia perturbadora en la carrera de Balaguer, que le obligó a refugiarse por 47 días en la Nunciatura Apostólica sita al lado de su residencia, hasta que se librara salvoconducto para dirigirse a Puerto Rico, donde su presencia como la del general Rodríguez Echavarría no fue del beneplácito del gobernador Muñoz Marín. Viajaría a New Orleans, estableciéndose finalmente en Nueva York. Allí pasaría momentos de abandono, de depresión y humillación practicada por agentes de seguridad que lo acosaron y denigraron. Circunstancias en las que se vio precisado a usar un arma de defensa personal.
Fueron tiempos amargos, de jornadas apalastrado en una vieja habitación del hotel Grand Northern, húmeda e inhóspita. De soledad, hasta que dos de sus queridas y solidarias hermanas junto al cuñado Mario Vallejo, se trasladaron a Nueva York viabilizando su mudanza a un apartamento independiente.
El talante espartano de Balaguer fue recuperando bríos. Empezó a contactar a viejos conmilitones radicados en la urbe y en otras cercanas, a enviar mensajes grabados para ser radiados en Santo Domingo, a escribir artículos críticos de la situación bajo el Triunvirato de Reid Cabral, publicados en El Caribe de su amigo Germán Ornes.
Participó en cenas conferencias en hoteles, en reuniones constitutivas de lo que serían núcleos del Partido Reformista, que escogería en convención en Puerto Rico al Lic. Augusto Lora como su presidente. Otrora uno de los jóvenes conjurados para eliminar a Trujillo en 1934 en el Centro de Recreo de Santiago.
Figuras emblemáticas del régimen de Trujillo, antiguos presidentes del Partido Dominicano como don Cucho Álvarez Pina y don Luis Mercado -cuñado de Augusto Lora-, la embajadora Minerva Bernandino, fundadora de las Naciones Unidas en la Conferencia de San Francisco. Piezas de menor cuantía del antiguo régimen, se combinaban con cuadros que combatieron al dictador, tan señeros como Nicolás Silfa, miembro de la avanzada del PRD del 5 de julio del 61 encabezada por Miolán. Quien formaría antes de las elecciones del 20 de diciembre del 62 el PRD Auténtico y trataría fallidamente de inscribir a Balaguer como candidato presidencial, opción denegada por la JCE. Silfa, veterano de la II Guerra Mundial, fue el líder de la Seccional del PRD en Estados Unidos.
Antiguos antitrujillistas radicados en la ciudad de los rascacielos, encabezados por un veterano de guerra y entrenador en Mil Cumbres de los expedicionarios del 59, le montaron a Balaguer un cuadro teatral simulando simpatía a fin de ganar su confianza y acceder a sus planes.
Fue una fase clave de galvanización del carácter -diría de descubrimiento de las cualidades de liderazgo real que le acompañaban y no habían tenido oportunidad de mostrar sus músculos, aquellos ejercitados en la natación del Yaque que endurecieron fibras para un destino mayor.
La rehabilitación que obró de su figura por la diplomacia gringa llegó como golpe favorable de suerte al fracasar la fórmula Guzmán que alentó el asesor nacional de seguridad McGeorge Bundy, como vía para sacar las patas del atolladero de la invasión del 65 a través de una figura del PRD. Dando paso a la estrategia del influyente subsecretario de Estado Thomas Mann, quien le señaló a un presidente Johnson ansioso hasta el insomnio por buscar una salida a la crisis dominicana, que la solución estaba al alcance en Nueva York y tenía nombre, Balaguer: una persona ya probada y moderada, confiable a los designios del Imperio.
Solo había que levantarle las sanciones que pesaban desde aquella fatídica aventura del 16 de enero del 62 con Rodríguez Echavarría -ese intento inútil de estirar un mandato desgastado e impopular. Porque, pese a los méritos acompasando la transición desde la barbarie dictatorial al progresivo aprendizaje democrático, él, Balaguer, era sin dudas un conspicuo remanente de la Era.
jpm-am
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