Por ANTONIO SALOMÓN
Tras completar dos períodos consecutivos como presidente de la República Dominicana, Leonel Fernández desplegó esfuerzos extraordinarios para asegurar la permanencia del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en el poder. Aunque logró su objetivo, el costo fue un profundo quiebre que redefiniría su trayectoria política.
La primera estocada vino de una declaración lapidaria: “Recibí un cascarón vacío”. Con esta frase, su sucesor desestimó de plano el legado económico, institucional y de desarrollo que Fernandez había forjado. A partir de ese momento, se desencadenó un proceso de deslealtad y traición por parte de quienes antes habían profesado fidelidad incondicional.
Uno tras otro, sus antiguos colaboradores se alinearon en su contra, negándolo «como Pedro a Jesús». Pese al panorama hostil, Leonel priorizó la unidad partidaria y aceptó firmar el Pacto de Juan Dolio, el cual permitió la modificación constitucional en 2015 para facilitar la repostulación presidencial, un sacrificio temporal de su propia aspiración en aras de la estabilidad del PLD.
No obstante, las traiciones continuaron. Surgió el escándalo del “Quirinazo”, un intento de manchar su reputación pública, seguido de lo que muchos interpretaron como un fraude flagrante durante las primarias internas del PLD el 6 de octubre de 2019. Este proceso significó el punto de no retorno.
Sin opciones dentro de un partido que ya no reconocía como propio, Fernández fundó la Fuerza del Pueblo, organización que hoy se establece como la principal fuerza de oposición en la política nacional.
Ninguno de estos golpes bajos ha conseguido oscurecer los logros alcanzados durante sus tres mandatos de gobierno. Sus contribuciones al crecimiento económico, la modernización del Estado y el desarrollo de la infraestructura nacional permanecen firmemente asentadas en la historia reciente del país.
Hoy, la paciencia y el tiempo son sus aliados más leales. Con ellos, el expresidente Fernández sigue trazando su propio capítulo en la vida política dominicana.
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